La fraternidad y solidaridad alcanza no sólo a las personas sino al conjunto de la creación. Este sentido humano de una vida en relación recíproca entre todos, la entiende la teología cristiana con el concepto y experiencia de comunión. La llamamos comunión de los santos en la que participan los que nos precedieron, nosotros y los que vendrán, formando la familia de los hijos de Dios. Las indulgencias son, a la vez, el fruto y la honda comunión de todos los creyentes en la unidad de la Iglesia. Por esta unidad un miembro en comunión con Jesús y su Iglesia es como el sarmiento unido a la vid (Jn 15,5) recibiendo las gracias que ofrece la Iglesia mediante la concesión de las indulgencias.
La esencia de las indulgencias consiste en la oración de la Iglesia por la plena remisión de los pecados de los fieles, tanto en las celebraciones litúrgicas como las plegarias y actos de vida cristiana de cada persona, y que el creyente puede aplicar por los difuntos, el mismo o las necesidades del mundo. La doctrina actual de las Indulgencias se rige por la Constitución Apostólica Indulgentiarum doctrina del Beato Pablo VI de 1967.
En segundo lugar por el actual Código de Derecho Canónico, especialmente el canon 992, que dice expresamente: la indulgencia es la remisión ante Dios de la pena temporal por los pecados… que un fiel cumpliendo determinadas condiciones, consigue por mediación de la Iglesia. Por otra parte, una síntesis doctrinal sobre las mismas la encontramos en el Catecismo de la Iglesia Católica (1997), cuyos nn. 1471-1479 nos trazan la teología y praxis actual de las indulgencias.
Por ello no basta con pasar por la puesta de la misericordia para obtener la remisión de nuestros pecados, es necesario confesar y comulgar, aunque el Papa Francisco señala que: “Entrar por la puerta significa descubrir la profundidad de la misericordia del Padre que acoge a todos y sale personalmente al encuentro de cada uno”.
Este jubileo Universal de la Misericordia es una invitación del Papa a cada uno cuando pide: En este Jubileo dejémonos sorprender por Dios. Él nunca se cansa de destrabar la puerta de su corazón para repetir que nos ama y quiere compartir con nosotros su vida.
Celebrar el Jubileo de la Misericordia significa poner en el centro de nuestra vida personal y de nuestras comunidades el contenido esencial del Evangelio: Jesucristo. Él es la Misericordia hecha carne, que hace visible para nosotros el gran Amor de Dios. Se trata pues –ha dicho el Papa- de una ocasión única para experimentar en nuestra vida el perdón de Dios, su presencia y cercanía, especialmente en los momentos de mayor necesidad. Además, ha añadido: “significa aprender que el perdón y la misericordia es lo que más desea Dios, y lo que más necesita el mundo, sobre todo en un momento como el actual en el que se perdona tan poco, en la sociedad, en las instituciones, en el trabajo y también en la familia”.
La necesidad de un mundo más reconciliado es patente, y ello será posible con corazones y personas reconciliadas en medio de tanto dolor y tanta guerra. Bellamente lo expresó Teresa de Lisieux, sus palabras siguen siendo actuales:
"Lo cantaré siempre, aunque las rosas tengan que cultivarse en medio de espinas. Cuanto más grandes y punzantes sean las espinas, más dulce ha de ser mi canto.