Las hermanas tenían muy buena relación, pero siempre, muchas de las comidas familiares que se celebraban, acababan de la misma forma, aunque eran enfados sin importancia. Hasta que llegó la pasada Navidad.
Después de aquella terrible discusión no se habían vuelto a ver ni a hablar. Ana y Nieves seguían viéndose, quedando para comer, para ir de tiendas y también se reunían para que los hijos de ambas, los primitos, no perdieran la relación y los llevaban al parque, a merendar o sencillamente a pasear. Siempre solas, sin la presencia de sus respectivos maridos.
No entendían por qué tenían que estar en esta situación tan incómoda y desagradable por el mero hecho de tener políticamente ideas y pensamientos opuestos.
Pablo, el hijo de Manuel y Ana, con tan sólo ocho años, sabía que algo pasaba, pero no quería preguntar a sus padres. Veía que en todo el año no se había reunido toda la familia ni para los santos, ni para los cumpleaños, semana santa o vacaciones. Y se acercaba Navidad…
Nadie hablaba de la comida familiar, nadie comentaba nada referente a la organización y preparativos de tan deseada fiesta. Cada año se comía en una casa y esta vez tocaba en casa de los padres del pequeño Pablo y ni siquiera había observado a su madre empezar a planificar el menú, a pensar en lo que tenía que comprar tanto de comida como de decoración navideña.
El hecho de no ver movimiento alguno le extrañó y preocupó.
Aquella mañana cuando Pablo regresaba del colegio, vio un montón de postales preciosas de Navidad en la mesa del despacho de su padre. Todavía existía en su casa la tradición de enviar por correo normal postales navideñas a familia y amigos. Se acercó a su madre y le preguntó si podía coger una de esas felicitaciones navideñas tan bonitas. Ésta le dijo que sí , pensando que sería para su abuela, como cada año hacía. El niño se dirigió a su habitación y sobre su pequeña mesa, donde siempre hacía sus deberes, comenzó a escribir unas tiernas líneas, pero no iban dirigidas a su abuela, al menos la primera postal no iba dirigida a ella, sino a sus tíos Rafael y Nieves:
“Venid esta Navidad, tíos, os quiero mucho” y la firmó. Acto seguido fue al despacho de su padre, le cogió un sobre y un sello. Fue en busca de su madre y al pedirle la dirección de sus tíos y no la de su abuela, se sorprendió. Pablo entonces, le explicó lo que quería hacer y Ana, hizo lo que Pablo le pidió, emocionada por el candor del chiquillo. Deseaba que todo se solucionara entre Manuel y Rafael, para así volver a reunirse otra navidad toda la familia y esperaba que la acción de Pablo les llegara al corazón.
Transcurridos unos días, la carta llegó a sus destinatarios y fue el mismo Rafael, quien asombrado y emocionado por las palabras de su sobrino le dijo a su mujer Nieves, que por él la tormenta había pasado; ahora la pelota estaba en el tejado de Manuel.
Parecía increíble como las palabras de un niño podían emocionar tanto a un adulto y hacer olvidar odios y rencores. Nieves habló con su hermana Ana, comentándole que por parte de Rafael todo quedaba atrás, ya era agua pasada y que esta Navidad, volverían a reunirse todos.
Ana muy contenta fue en busca de Manuel, le explicó la historia de la postal, todo idea de Pablo. El padre dijo que si era deseo de su hijo que la familia volviera a reunirse, así lo harían. Y si para Rafael todo estaba olvidado, para él… también.
Es una lástima romper una amistad y un parentesco de tantos años por discusiones tontas y absurdas que no llevan a ningún sitio. La labor pacificadora por parte de las dos hermanas, hablando con sus respectivos maridos, también ayudó a que ese año la fiesta familiar y celebración de la Navidad fuera inolvidable, inigualable, llena de risas, charlas amenas, regalos.. El más contento, Pablo… que vio unida y feliz otra vez, a toda su familia. Eso sí, la política dejó de estar presente, al menos, en las comidas familiares.