La devoción guadalupana ha ido in crescendo en todo el mundo hispano, viéndose cada día más difundida y aceptada. Vamos a citar brevemente los hechos llamativos y extraordinarios que acompañan al ayate de Juan Diego y a la imagen en él impresa.
Duración del tejido
Las fibras con las que se tejen esas prendas se obtienen de la pita o maguey y está demostrado que envejecen y suelen podrirse en menos de 20 años, aún en las condiciones más favorables de conservación. Este ayate estuvo durante más de un siglo sin protección alguna, en lugares húmedos y salobres, fue manoseado y besuqueado por multitud de fieles, soportó el humo negro de infinidad de humeantes velas y cirios y hoy, después de 480 años, se conserva como el primer día; no se nota ninguna suciedad o envejecimiento en él. Entre otras agresiones ha sufrido en 1791 un derrame de ácido nítrico al 50%, que debía haberlo perforado, y sólo produjo una mancha amarillenta que va desapareciendo de forma inexplicable con el tiempo. También en 1921 colocaron una carga de dinamita junto al cristal que protegía el ayate, bomba que al explosionar destruyó todos los cristales de la iglesia y de los edificios vecinos, rompió las gradas de mármol del altar, dejó retorcidos los candelabros pero al cristal de la Virgen ni siquiera lo agrietó.
La pintura de la imagen
Los colores de la imagen son hermosos y brillantes. Dos fibras obtenidas de la figura – una amarillenta y otra rojiza – fueron analizadas por el Premio Nobel de Química Richard Kuhn, quien concluyó que los colorantes que las impregnan no son de origen vegetal, mineral, animal ni sintético ¡no son humanos! Y este diagnóstico ha sido recientemente confirmado por los análisis de la NASA.
El estudio con rayos infrarrojos ha comprobado también que no existe en la tela imprimación previa – necesaria para fijar los colores sobre ella – ni tampoco pinceladas, y concluye que fue grabada de forma instantánea como si se tratara de una fotografía. Todo viene a confirmar lo que constata el relato Nican Mopohua: que fue la Virgen quien nos dejó en el ayate su autorretrato.
La gran sorpresa: los ojos de la imagen
En diversas fotos del ayate se descubrieron unas figuras en los ojos de la Virgen; concretamente aparecía un hombre con barba en primer plano. Al repetir el estudio en la tela original, con los instrumentos adecuados y por numerosos cirujanos oculares, vieron que aquella figura aparecía en los dos ojos por triplicado, cumpliendo con rigor las complejas leyes de Purkinje-Samson. En efecto, la primera imagen, derecha, brillante y como en relieve, era la reflejada en la convexidad de la córnea, la segunda, más profunda, débil y también derecha, era la reflejada por la cara anterior del cristalino y la tercera, de profundidad y brillo intermedio, pero invertida, lo era por la cara posterior del cristalino. Todas ellas aparecen distorsionadas por la curvatura de los espejos o lentes propios de los ojos. El estudio con esos aparatos ópticos confirmó que los ojos de la Virgen se volvían brillantes con la luz y las imágenes formadas coincidían con las que se forman en los ojos de una persona viva (algo imposible de lograr en cualquier pintura artística por muy perfecta que sea).
Computación Electrónica Digital de los ojos
Aste Tonsman, doctor en Ingeniería de Sistemas Ambientales, es especialista en Computación Electrónica y ha analizado con estas técnicas los iris de la Imagen Guadalupana. Después de varios años de trabajo, aplicando la digitalización de imágenes por ordenador a los ojos de la Virgen – dividiendo los iris en miles de cuadraditos y amplificándolos muchísimas veces – ha demostrado que no sólo existe ese hombre con barba en los ojos de la Señora, sino que aparecen en ellos varias figuras más.
La primera figura que aparece en el ojo izquierdo corresponde a un indio semidesnudo sentado en el suelo, con las manos juntas y mirando a otro indio que despliega su ayate; la siguiente imagen corresponde a un fraile anciano con barba y una gruesa lágrima deslizándose por su cara. Este fraile es idéntico a los retratos de la época que representan al Obispo de México, don Juan de Zumárraga. A su izquierda aparece el joven español Juan González que actuaba de traductor del Obispo, quien desconocía el náhuatl. La cuarta figura es el propio Juan Diego mientras despliega su ayate. La quinta corresponde a la cocinera negra María, entregada como esclava por Hernán Cortés al Obispo, en cuyo testamento figura que le otorga la libertad. Todos estos personajes que se ven en los ojos de la imagen coinciden a la perfección y completan lo descrito en el Nican Mopohua, pero ahí no termina todo.
Sorpresas para los científicos actuales
Aste Tonsman ha encontrado en el ojo derecho de la Imagen un grupo familiar constituido por una madre joven, con un bebé a la espalda, su marido tocado con un sombrero y varios hijos alrededor. Son figuras de menor tamaño lo que significa que están más lejos del grupo conocido y además aparece otra pareja, aún más alejada, mirando el conjunto de personas que están alrededor del ayate.
Estas figuras, imposibles de ver sin los adelantos científicos del siglo XX, constituyen un mensaje sobrenatural dejado por la Virgen, en el México del siglo XVI, para nosotros, las generaciones de los siglos XX y XXI.
La interpretación del conjunto de figuras de los ojos es que la Virgen según Tonsman es que ella “se apareció sin ser vista” en el momento de caer las flores al suelo porque el ayate se ve sin flores y sin su figura y que se autoimprimió de forma instantánea en aquella rústica tela. Es el único autorretrato que tenemos de la Virgen María.
En resumen, según lo visto y comprobado, estamos frente a un milagro continuado a través de los siglos, cuya contemplación nos debe llevar a aumentar la devoción por Nuestra Madre y Señora.