CON el índice en la barbilla, en actitud reflexiva, un cardenal romano lee con atención la misiva que le ha traído un fraile franciscano. Aguarda éste en pie, respetuosamente. Apoyado en un colorido paraguas azul, y con la cabeza un poco inclinada hacia delante y el gesto sincero de su mano izquierda, que se lleva al pecho, de sus labios entreabiertos afloran algunas palabras que aportan detalles de interés.
Sobre el escritorio, unos cuantos papeles esparcidos, una campanilla de plata, el breviario boca abajo, marcando la página en donde se ha interrumpido la oración, y una copita de licor a medio degustar.
Sentado en esa silla de respaldo alto, en la intimidad de su apacible, pero imponente estancia, de espaldas a la ventana, aprovechando el brillo de la luz que por ella penetra, su eminencia mantiene toda la dignidad y el esplendor que conviene a un príncipe de la Iglesia. Los cardenales son las “bisagras”, del latín “cardinis” que significa bisagra, alrededor de los cuales gira todo el edificio de la Iglesia, en torno al Papa, cabeza visible de Jesucristo en la tierra.
Asisto complacido a la entrevista, observando la perfecta armonía entre la distinción y elegancia del purpurado, con su sotana y birreta roja, su cruz pectoral, su anillo con el escudo de armas del Papa que le distinguió con el más alto título honorífico, y la completa simplicidad y pobreza de su eficaz emisario.
Siento viva curiosidad por saber de qué trata este asunto que ha cautivado de tal modo la atención de nuestro protagonista, que ni siquiera le hace caso al gato, que ronronea en su regazo.
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Al fondo, en la pared, un tapiz tenuemente iluminado enmarca esta pintoresca escena que evoca el equilibrio temperamental y la afabilidad que da la práctica de la virtud al servicio de la Iglesia.
V I D A
HENRI BRISPOT nació en julio de 1846, en Beauvais, Francia. Fue alumno de Léon Bonnat, junto con Jean Beraud. Ambos tuvieron mucho éxito retratando escenas de la vida parisina de la Belle Epoque, las de Brispot generalmente en el interior, y se inspiraron en impresionistas como Degas y Manet.
Sus obras demuestran una capacidad excepcional en capturar sin esfuerzo la atmósfera del ambiente y presentarnos a los personajes con encanto, habilidad y realismo.
Expuso en el Salón de París hasta 1927. Recibió una medalla de plata en la Exposición Universal de París en 1889. Murió en París en 1928.