Tenemos con él un gran ejemplo de santidad y energía espiritual que nos ayuda enormemente. Se puede asegurar que todo el programa de la nueva evangelización está en su exhortación apostólica “Evangelii Gaudium”. Todos los católicos deberíamos leerla, meditarla y ponerla en práctica porque no podemos dejar al “maligno” invadir el mundo a sus anchas de esta manera tan atroz. Tenemos que vivir un tiempo de reflexión, de oraciones, de alegría profunda por vivir nuestra fe y nuestra esperanza porque la tristeza y la amargura son estériles. Es muy importante también practicar la austeridad en todos los aspectos de la vida, estamos muy a menudo confrontados con ejemplos diarios de despilfarros escandalosos.
Lo primero y más importante es procurar que Jesucristo esté siempre en el centro de nuestras vidas. Si queremos ser apostólicos, tenemos que tener al Señor muy vivo en nuestro corazón, con ilusión, con mucha fe, y por supuesto una experiencia personal con él que podremos transmitir a los demás. “Nadie puede dar lo que no tiene”. Nada mejor que el ejemplo personal discreto que vale más que mil palabras. Por otra parte, hay que recuperar el sentido de lo sagrado, el silencio respetuoso en las Iglesias, la belleza de la liturgia, cuando se pueda, con órgano, la predicación del sacerdote bien preparada que entusiasme y caliente los corazones de los fieles. Cada uno debe de salir de una celebración algo transformado e ilusionado.
Inmediatamente unidos a nuestro amor a Jesucristo debe de llegar nuestra preocupación y desvelo para el prójimo, empezando por el cuidado exquisito de nuestra familia, los amigos, los pobres, los enfermos… es una auténtica hipocresía decir que queremos a Dios si no nos preocupamos para nada del mundo sufriente, de la pobreza, en todas sus facetas, cercanas como lejanas. “Al final de la vida se nos juzgará sobre el amor”. Es un asunto muy importante a los ojos de Dios que lo ve todo, y el tema más predicado en los Evangelios: el amor. Teresa de Calcuta decía: “Dad hasta que os duela”.
Qué bonito es la generosidad, la empatía con los que sufren, el saber escuchar los problemas de los demás, intentar ayudar siempre, estar abiertos a todos saliendo de nuestro pequeño “yo” y nuestro mundo estrecho y raquítico, en una palabra, de nuestra comodidad. En los Evangelios, vemos a Jesús caminando sin parar, haciendo el bien hasta agotarse.
Paralelamente a la caridad viene la austeridad. Un cristiano verdadero no puede vivir con caprichos lujosos con tantos pobres a su alrededor. Hay gastos necesarios por circunstancias familiares por supuesto, pero el sacrificio pequeño o grande de un gasto superfluo es una manifestación delicada que sólo la ve Dios y puede ayudar mucho a gente necesitada que no tiene trabajo. Las ayudas sociales han disminuido. Tenemos que salir a la calle, hablar con la gente, ir a sus casas y juzgar. Tener discernimiento como dice el Papa Francisco, y actuar con criterio. Hay pobreza material y pobreza espiritual. Existen residencias de ancianos donde nunca aparece un sacerdote para celebrar la Santa Misa, distribuir la Comunión o dar la Extremaunción. El dar y ayudar produce una profunda felicidad que va unida a la riqueza del Evangelio y a las enseñanzas del Señor que nació pobre, vivió pobre, predicó la sencillez, la humildad, la fe, la generosidad.
Una virtud indispensable para la nueva evangelización es la virtud de la alegría. Precisamente, vivir con austeridad y sencillez es vivir liberado de todo, disponible para ocuparse de los demás con el olvido de uno mismo. La alegría bien entendida es muy atractiva, cura muchas heridas, hace recobrar el ánimo a los que lo han perdido, ayuda a dar un sentido nuevo de la vida. Es cuando interviene la virtud de la esperanza. “Que no nos roben la esperanza”, dice el Papa Francisco. Dios nunca abandona a los suyos, porque existe la vida eterna, después de lo que puedan sufrir tantos millones de personas en este mundo injusto. La verdad es la verdad, sólo hay una. Dios dice: “Yo soy el que soy”. La esperanza nos da “alas” para volar muy arriba, encima de nuestras miserias y lograr una sensación de seguridad espiritual. Tenemos que ayudar a tener siempre esperanza porque la gracia de Dios es más fuerte que el pecado y al final de los tiempos, vencerá la bondad de Dios. Para eso ha muerto Jesucristo en la cruz y para eso también han dado testimonios miles de Santos y Mártires a lo largo de la historia de la Iglesia. Volvamos a evangelizar, a dar ejemplo de santidad, a volver a la oración profunda, sincera y personal, a sembrar auténtica alegría y esperanza. Muchos lo hacen en nuestro mundo pero no hacen ruido.