Como es obvio, la construcción de la personalidad no se realiza “de repente”, ni depende de un solo factor, sino que conlleva un proceso continuo y progresivo que tiene que ver con las vivencias que se tienen a lo largo de la vida y, especialmente, durante la infancia, ya que en este tiempo se pone la base sobre la que se edifica la personalidad. Este proceso continuo y progresivo solicita un protagonismo propio para –llegado el momento– ir liderando la propia vida. Obviamente durante la infancia, la formación recae en los padres con las circunstancias familiares y sociales que influyen en la construcción de la personalidad. Pero conforme se va creciendo, los padres deben ir cediendo el protagonismo a los hijos para que sean ellos –a través de los encargos y las tareas que tienen que hacer los que tomen la iniciativa y vayan adquiriendo dicho protagonismo en la toma de decisiones y responsabilidades de acuerdo con la edad que tengan.
Me preguntaban en cierta ocasión ¿qué aconsejas de cara a la construcción de la personalidad? Y respondía: caer en la cuenta de las cosas que no nos gustan de nosotros mismos. Eso nos permitirá pensar y marcarnos objetivos para cambiar, ya que nuestra vida no depende de los demás, depende de nosotros mismos. Y es que, desgraciadamente, en demasiadas ocasiones usamos la comparación con los demás para desarrollar nuestras propias capacidades y tener éxito. Pues bien, esas comparaciones hacen que pongamos el foco de mira fuera de nosotros y así es difícil construirse. No tenemos que compararnos con nadie. Decía Michael Jordan que “todo el mundo tiene talentos, pero la destreza exige trabajo y centrarse en él”.
Nuestra personalidad se forja en la medida en que libremente tomamos decisiones que influyen en nuestro modo de ser, y con la repetición, adquirimos ciertas costumbres o posturas ante la realidad. Por eso, cuando explicamos el porqué de nuestras reacciones espontáneas, más que decir “es que soy así”, tendríamos que decir: “me he hecho así”.
Para concluir esta primera entrega, tengamos presente que lo que más estructura la personalidad de alguien que tiene a Dios como Padre, son los dones que recibe de Él ya que inciden en lo más profundo del ser. Entre estos dones destaca uno que es capital: el Bautismo porque posibilita vivir como hijas e hijos suyos. Decía san Juan Pablo II, «a cada hombrese le confía la tarea de ser artífice de la propia vida; en cierto modo, debe hacer de ella una obra de arte, una obra maestra». Esto es clave, porque en esta aventura no estamos solos: contamos con la ayuda del mismo Dios, que tiene pensado para cada una/uno una misión, y con la colaboración de los demás –que son actores secundarios– familiares, amigos, personas que coinciden casualmente con nosotros, en algún momento de nuestra existencia y que, con sus ejemplos positivos, nos ayudan en la creación de esa “obra maestra” que tenemos entre manos.