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La peste relativa

Escritor

Pero eso no quiere decir que Dios sea el “absolutamente otro”, como nos dicen algunos que se dicen teólogos pero que no parecen ser católicos. Porque hay teólogos, y muy conocidos y jaleados, que son eso, tratan de Dios, pero no desde la visión católica de la vida.

Porque ésta, la vida católica, se asienta sobre ese Dios absoluto, pero que no es absolutamente otro. Ningún creyente puede decirlo si reconoce que Jesús de Nazaret, ese señor que irrumpe en la historia, en un lugar geográfico preciso, a la hora de nacer - tras estar nueve meses - como todo hijo de vecino, en el vientre de una mujer, y en fecha muy segura en el tiempo. Más segura que la del nacimiento del señor Antotela o Platón o Alejandro el grande o la señora Cleopatra (no nos acusen de machistas). Y con detalles, más documentados que la de los citados personajes o personajes.

Dios es ese joven descrito que, cuando ya es mayorcito, unos treinta, habló y consolidó una manera de interceder la vida, que resultaba un poco rara y muy heroica, según vamos viendo en este trepidante devenir de los tiempos. Porque hablaba de perdón, de verdad, de lealtad a la palabra dada y también del absoluto, que de eso se salía todo porque esto era. Y también de: no odio, no venganza, no mentira, no apaños ofensivos. También habló de la indeseable relación matrimonial, pero perdonando, y qué bien, a una señora adúltera de la que habían abusado, a que mente, alguno de los vejetes verdes que se la pusieron delante al buen Jesús. Y Dios no absolutamente otro, sino Dios mismo hecho hombre, a ver si nos salimos del odio, de la envidia, del rencor y de la mentira chapucera.

O sea, Jesucristo o Jesús, el que pasó con casi el ochenta o más, no soy mecánico en el cálculo, de su tiempo, bien escondidito en Nazaret (aunque el día que nació estaba en Belén, a unos 200 Km.), ese mismo que viste y calza sandalias es Dios.

Y mientras tú, católico, no lo vayas diciendo por ahí, con ocasión o sin ella, aquí nos arrastra el relativismo, o sea que la verdad o la mentira, lo es según me parezca a mí, a ti o al partido político o la sociedad cultural a la que estás apuntada. Cité claro: la meta de esa fuerza que arrastra, con tanta red social que atrapa, es el abismo.

¡Viva Jesús, Dios y hombre verdadero! Es nuestra victoria.