En finés, "kiva" significa algo así como "guay" o "chulo". Si bien dicho documento tiene un origen nórdico y fue patrocinado por el Ministerio de Educación y Cultura de Finlandia, ya ha sido aplicado en una decena de países tan heterogéneos como Francia, Estados Unidos o Reino Unido.
¿En qué consiste Kiva? Es un sistema educativo que pretende ofrecer recursos básicos y útiles a tres grandes públicos: al colegio en cuestión (formas de abordar el acoso, compromiso institucional), a los profesores (toma de conciencia, medidas prácticas de prevención y de lucha) y a los estudiantes (apoyo a la víctima, ruptura del silencio...). Y ello lo consigue mediante 10 lecciones y 2 trabajos bien definidos que deben realizarse durante todo un año escolar. También se desarrollan actividades en grupo.
Hablo de Kiva, principalmente, por dos motivos. En primer lugar, porque me parece una iniciativa loable, práctica, asequible y eficaz que logra librar batalla a una realidad penosa, muchas veces ignorada o, al menos, infravalorada. No es que en nuestra sociedad nos hayamos vuelto ahora, de repente, sensibles: en 2014, Unicef presentó en Nueva York un pavoroso informe según el cual, más de 120 millones de niños son, en la actualidad, víctimas constantes de niveles “impactantes” de violencia física, sexual y emocional. Hay más de 20 países en el mundo cuya principal causa de muerte de niños entre 10 y 19 años es el homicidio.
Por otro lado, saco a colación a Kiva porque nos recuerda nuestro deber como cristianos. La reciente denominación “acoso escolar” esconde, en el fondo, uno de los múltiples atentados contra la caridad ya recogidos por el Magisterio de la Iglesia desde hace siglos. Quizá uno de los peores. Y con esto no desmerezco el propósito de Kiva, ni muchísimo menos. Creo que ha sabido dar con una tecla muy valiosa, la estratégica, que está sirviendo para combatir un mal penoso y demasiado ignorado. Lo que sí me hace pensar, ahora bien, es que sus contenidos y sus propósitos no son tan originales. De hecho, coinciden enormemente con los principios más elementales del cristianismo. Sólo cambia la forma: adapta al lenguaje contemporáneo un mensaje propuesto por Jesucristo hace 2000 años.
En definitiva, a raíz del ejemplo de Kiva podemos concluir que poco, muy poco, hay de nuevo bajo el sol y que es preciso renovar nuestra vocación de amar al prójimo, sea amigo o enemigo. Pienso que esa aspiración surte especial efecto en el ámbito de la educación, tanto la familiar como la escolar. El hogar y las clases son la cuna del futuro que nos espera. Así, formando hijos respetuosos, hermanos sensatos y bondadosos, alumnos responsables y trabajadores, ciudadanos amigos de la paz, contribuiremos a forjar una sociedad más libre, más solidaria, menos superficial y más unida a la Verdad y la Vida que es Jesucristo.