Nuestros valores tradicionales apenas trascienden a nuestro ámbito más próximo. Nos invade la sensación de que nuestra civilización está desapareciendo. Y, sin embargo, la belleza permanece ahí fuera.
La semana pasada me encontraba en Londres, por razones que no vienen al caso, estaba comiendo con unos atletas Paralímpicos. Dos jóvenes, de poco más de veinte años, que habían puesto sus ilusiones en alcanzar una victoria que no les reportaría gloria o dinero, que, simplemente, les permitiría demostrar que podían vencer las limitaciones que les había impuesto la Naturaleza. Intentaban derruir el muro, su muro, para ello entrenaban. Habían preparado la prueba durante cuatro años, años de entrenamientos, esfuerzos y sacrificios. Uno de ellos, ciego de nacimiento, me habló con pasión de su oficio, correr, llegar el primero. No estaba solo, junto a él, estaba un joven, moreno, delgado y despierto, era el guía, porque al carecer completamente de visión, necesitaba un guía. El joven que hacía de guía, sentado a su lado, se entretenía, acabando su comida, mientras escuchaba a su compañero. Cuando éste acababa de hablar, él, en voz baja, explicaba que lo más bello que había hecho en su vida, era ayudar a su compañero a ganar.
Pasión por alcanzar la meta
Los objetivos que se quieren alcanzar, deben desearse con pasión. Con pasión se puede alcanzar cualquier meta, por difícil y lejana que ésta parezca. La solidaridad del guía era otra buena razón para que, ambos, lograran su objetivo. Como persona, se había realizado haciendo que su compañero, que no podía ver, consiguiera la gloria de vencer, no sólo la carrera, sino también, sus limitaciones físicas. El uno, veía el mundo con los ojos del otro. El otro, alcanzaba la felicidad con el éxito de su compañero.
La comida acabó, me despedí de ellos deseándoles suerte.
- Si no lo logramos, lo volveremos a intentar - me dijo el ciego a modo de despedida, como si deseara acabar con mis dudas.
- Lo que no consiga éste, no lo logrará nadie - comentó el guía, refiriéndose al tesón de su compañero.
- Sólo quiero demostrar que lo que se desea con pasión, se puede lograr. Podemos correr y hacer las mismas cosas que hacen quienes ven. Ahora, este es mi trabajo y disfruto con él. Formamos un equipo. - concluyó, orgulloso, el ciego, mientras asía, con su mano, el brazo de su compañero.
Debo confesar que, otros avatares, lograron que la historia se me olvidara. Pasaron los días y llegó el momento de la prueba. Tenían que disputar las semifinales de las paraolimpiadas. Reparé en ellos por casualidad, estaban preparándose para la salida. El estadio estaba lleno. El invidente miraba al cielo negro de la noche, como si buscara concentrarse o como si musitara una oración. El guía, moviéndose sin parar, preparaba los tacos, en tanto, observaba con disimulo, a sus rivales. En algún lugar del estadio sonó la música que anunciaba la ceremonia de entrega de medallas. Nadie pareció oírla. Los jueces ordenaron:
-A sus puestos- Se colocaron en silencio, tratando de esconder sus nervios. Por fin, sonó la pistola. Como una bella explosión de color, los atletas saltaron hacia adelante, intentando proyectar sus deseos a sus piernas. En ese momento, deseaban volar. Muy pronto se evidenció la diferencia. Entre el resto de los participantes, había algunos con mucha experiencia, ellos nunca ganarían.
No recuerdo quien ganó, no me parecía demasiado importante. Ellos, llegaron quintos, demasiado atrás para entrar en la final. Intenté ver lo que pasaba por sus rostros. No lo logré. Deportivamente, felicitaron a los clasificados y se retiraron al vestuario. No lo habían logrado, pero sabía que aquello no era más que un paso más en su carrera, algún día lo lograrían.
Me molesta comprobar que son quienes más fácil lo tienen quienes primero se rinden. Las dificultades son pruebas que hacen que la victoria sea apetecible, simplemente, por sí misma. He prometido que seguiré su carrera y si puedo, cuando ganen, estaré allí para contarlo.