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La salida de la escuela

La salida de la escuela

Una tropa de niños sale de la escuela. La difusa luz grisácea de este día lluvioso ilumina sus rostros. Se produce un despliegue de paraguas, aunque en realidad casi no llueve, pues la señorita que supervisa la salida, y las abuelas y madres que junto a ella les esperan los tienen cerrados.

El suelo está mojado, pero estos alegres renacuajos van bien preparados: botas de cuero con cordones y gordos calcetines de lana, algunos de color rojo vivo. Sus ropas no son de marca, ni están pintarrajeadas de palabras extrañas o anuncios, como las de los niños de hoy. Son austeras, resistentes y propias de su edad.

Abrigada con un grueso chal sobre su babi azul y con la cesta de mimbre de la merienda en el brazo, una niña recibe el beso cariñoso de su hermana mayor que la espera a la salida, junto a otra más pequeña, también con babi, y con un pañuelo de flores al cuello y atado por detrás que le ha debido de dejar su madre ese día.

Al fondo, a la izquierda, dos hermanas se van juntas. Concentrada en sus pensamientos, la mayor la lleva de la mano y sostiene el paraguas sin mucha preocupación. No parece oír lo que la pequeña, con una especie de capote corto en lugar de chal, le cuenta a borbotones.

En el centro, con las varillas del paraguas rotas, este vivaracho y sonriente rapazuelo, de sonrosados mofletes, observa con pícara mirada cómo su compañero no se entretiene con ellos ese día y sin más protección que su gorra, la bufanda bien ajustada al cuello y las manos en los bolsillos, enfila con decisión hacia su casa.

El ambiente que transmite esta escena, es el de una infancia tranquila y feliz. Una infancia que no ha sido perturbada con los desequilibrios de la televisión, los móviles y los videojuegos. Las actitudes, las sonrisas, el brillo de sus miradas, revelan toda una personalidad ya formada en cada uno de ellos.

 *   *   *

Contemplando tanta inocencia me viene a la mente aquel pasaje del Evangelio (Mt. 18) en el que los discípulos le preguntaban a Jesús quién era el mayor en el Reino de los Cielos.

Él llamó a un niño, lo puso en medio de ellos y dijo:

“Yo os aseguro que si no cambiáis y os hacéis como niños, no entraréis en el Reino de los Cielos. Así pues, quien se humille como este niño, ése es el mayor en el Reino de los Cielos.

Y el que reciba a un niño como éste en mi nombre, a mí me recibe. Pero al que escandalizare a uno de estos pequeñuelos que creen en mí, más le valdría que le colgasen al cuello una de esas piedras de molino que mueven los asnos, y lo hundieran en lo profundo del mar. ¡Ay del mundo por los escándalos!” ■

V I D A

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Pintor e ilustrador, Henry Jules Geoffroy, nació en Marennes en 1853 y falleció en París en 1924. Su epitafio en el cementerio parisino de Patin precisa que era “el pintor de los niños y de las gentes humildes”. Humilde él también, y laborioso, Geoffroy se distinguió por saber captar escenas encantadoras de niños en las más diversas situaciones, tomando como modelo los propios niños del suburbio en donde vivía.