Y huyen instintivamente poniendo la televisión, aunque sea de fondo, o la radio, la cuestión es no sentir el silencio. La mayoría de las personas lo encuentran incómodo. Cogen el móvil y suben una foto o un chisme gracioso en las redes sociales, o la mandan por whatsapp, para huir de ese instante de quietud que de repente les sorprende.
Cuando se confrontan con la verdadera quietud, comienzan a oír la avalancha enloquecida
y caótica de los pensamientos que llenan sus mentes. Las ansiedades, los deseos profundos, las preguntas dolorosas parecen ascender burbujeando en la superficie de la conciencia.
No se dan cuenta que es en el silencio donde habla el Espíritu Santo. El silencio es uno de los elementos fundamentales de la vida consagrada. Como todas las herramientas de la vida espiritual, no es un fin en sí mismo, sino un medio para permanecer cerca de Dios.
¿Pero cómo practicarlo?
Desde luego, reservando algunos momentos en el día dedicados a la oración, una visita pausada al Santísimo, un paseo rezando el rosario, o un rato de lectura aislada.
También puede resultar útil para encontrar el silencio cultivar la prudencia en el uso de las palabras: abstenerse de las conversaciones frívolas. Esto es, no hablar sólo por hablar.
O controlar nuestras lenguas cuando deseamos quejarnos.
Refrenarnos en compartir nuestra opinión en todos los temas imaginables, pues con frecuencia lo que buscamos es aparecer. Y, desde luego, guardar silencio cuando deseamos criticar a otros. Se trata de dar espacio a la voz de Dios en nuestro interior, simplemente eso.