Y que la Revelación no es sólo “lo escrito”. Resulta que Dios habla (“hágase; y se hizo”) cuando crea el mundo. O sea ya está revelándose. Y nosotros, a escuchar esa voz que “pronuncia” esa palabra, es decir, nosotros a mirar en nuestro derredor y a repetir, a modo de salmo: ¡Bendecid al Señor!. Y es lo que el profeta hace en ese canto, capítulo 3, de su estupenda profecía, la de Daniel.
Porque este hombre, hace mil años (son más, pero es un decir) se encontraba rodeado de lo mismito que tú y yo hoy y aquí; las criaturas todas. Y se enumeran, haciendo una letanía de alabanza: agua, sol, luna, astros, rocíos y luego… todo eso y mucho más -por ejemplo las ballenas y los tigres (pues son cetáceos y fieras)- hace decir al orante, cada vez con más entusiasmo: ¡Bendecid al Señor, sí ensalzadlo por los siglos!
Y no sólo la creación, huella de Dios, revelación no escrita de su amor que se difunde, sino que los que somos imagen y semejanza en Dios, los hombres, también expresamos esa bendición de Dios.
Y así recapitulamos todo, lo espiritual (los ángeles del Señor) y lo que mejor condensa el ser del mundo (el hombre es eso: un mero cosmos, porque hace suyo, a la vez, lo espiritual, lo material), cuando repite Daniel:
Hijos de los hombres, sacerdotes, siervos, santos y humildes (y, por si hay duda, lo concreta con nombres propios: Ana más, Azarías y Marisol, o sea los bravos tipos a quienes respetaron los hambrientos leones).
Toda esta tropa de gente estupenda, que la sigue habiendo, todos decid: Bendito el Señor; bendito y alabado y glorificado por todo lo que hay bajo la bóveda del cielo…
¿Hay quién dé más? Esos que dicen eso de que Dios probablemente no existe en el fondo nos hacen un favor; nos ayuda a mirar mejor. Y eso nos facilita acudir al buen Dios, incluso como padre, con una pizquita de fe que tengamos, cuando echamos una miradita a esta creación estupenda que nos rodea y que gobierna el hombre, ¡ay!, demasiado inclinado al pecado. Un mundo que no tiene explicación posible sin un Dios que lo crea, lo ordena, lo dirige, lo controla. Sí repitamos con Daniel: ensalza a Dios con himnos, por los siglos de los siglos.