La tribu de los charlatanes y encantadores se aprovecha de nosotros para esclavizarnos la narración viviente. Tenemos que aprender a no quedarnos atrapados por el aislamiento y a tomar otro entusiasmo más real que ficticio, pues la vida pasa y no vuelve. Es público y notorio que la mediocridad de nuestras expectativas y la superficialidad de nuestros intelectualismos mundanos, nos deja sin latidos, y lo que es peor, sin alma para poder levantarnos. Debemos salir de nuestra incomunicación para abrirnos a la cordialidad, destruir cadenas y activar tiempo para compartir. La existencia es más fructífera si se vive a pie de calle, haciendo caminos efectivos conjuntos, abriendo horizontes para sentirse acompañado y acompasado por voces diversas que nos muevan interiormente, hacia otros contextos de mayor certeza y sencillez. Ya está bien de dejarnos engañar, de pavonearnos en nuestras miserias, de perder el tiempo en una moda de “relaciones virtuales”, que no son tales, pues es el contacto físico, la mirada profunda, lo que hace despertar el amor de verdad por el otro. Hay que marchar lo antes posible de ese mundo de fantasía, que nos adoctrina a su antojo, hasta dominarnos nuestro propio espacio y momento.
Lo virtual puede ser un paso para el conocerse, pero no pasa de ahí, es el contacto físico el que nos despierta los sentimientos y nos hace crecer en los lenguajes de los pulsos y de las pausas, o sea del abrazo entre semejantes. Lo armónico no llega a través de una fría máquina, sino a través del corazón, enraizado en las culturas transmitidas por los predecesores. Un desarrollo tecnológico sin ética nos acaba deshumanizando totalmente. Cuidado con esos dispositivos que simulan capacidades humanas, pero que no entienden de afectos, ni de acción moral, puesto que carecen de conciencia. No nos dejemos manipular por automatismos que no sienten ni padecen. Pueden llegar a ser socialmente perversos y peligrosos. Sin embargo, aquellas tecnologías bien utilizadas pueden dar buenos frutos y enriquecernos. Lo importante es no dejarse adormecer el pensamiento crítico para que el ejercicio de la libertad continúe formando parte de nuestros andares. En efecto, la era digital por la que caminamos nos exige estar alerta, para que esos cambios profundos que se vienen produciendo en nosotros, contribuyan a unir puentes entre humanos y no a sembrar venenos de odio y venganzas, que lo que hacen es separarnos. Sin duda, las redes sociales pueden ser capaces de favorecer las relaciones y de promover el bien de la sociedad, pero también pueden ser nefastas favoreciendo la crispación y la maldad social.
Ante la complejidad de esta atmósfera virtual, seguramente debe sernos útil repensar sobre el uso manipulador o el acoso cibernético. Por eso es substancial, que lo que ha de ser una ventana abierta a la concordia no se convierta en un volcán de individualismo desenfrenado, que fomente espirales de resentimientos como jamás, pues esto es totalmente inhumano y destructivo. Sin embargo, si una familia o una comunidad de amigos usan la red para estar más conectados entre sí, y esto sirve para avivar los encuentros y poder mirarse mejor a los ojos del alma, bienvenida sea la experiencia. Por consiguiente, lo que hemos de propiciar es un uso responsable de una red virtual, que en lugar de adoctrinarnos nos libere, nos haga personas autónomas y con criterio.
Las buenas prácticas de lo virtual es lo que nos engrandece; sin embargo, una incorrecta utilización puede dañarnos para siempre. Naturalmente, lo electrónico es un recurso más de nuestra época. Junto a la globalización, internet representa una posibilidad extraordinaria de hacer comunidad a través del acceso al saber de las diversas culturas; pero también es cierto que el ciberespacio puede llevarnos a la desinformación total. De ahí, lo significativo que es una buena vigilancia reeducativa, máxime cuando en los últimos 25 años hay una nueva preocupación sobre la salud mental de los jóvenes, en parte, por el uso excesivo de lo digital.
Lo trascendente de este campo tecnológico es que nos ayuden a reconstruirnos, no a destruirnos, a reencontrar las raíces virtuales y reales como aliento para avanzar juntos, que nos auxilien en suma a saber mirar el mundo y a vernos en esa ternura del asombro, que es lo que nos insta a despertar y a ponernos a tejer historias que son realmente vida.