Es difícil ver cosas positivas en personas que no apreciamos, o incluso en aquellas que nos producen rechazo, y sin embargo no resulta descabellado afirmar que de todos los seres humanos podemos aprender. Por más crueles y mezquinas que sean algunas acciones, en quienes las llevan a cabo siempre habrá alguna dimensión positiva, alguna virtud digna de elogio.
La admiración lleva implícita humildad, por supuesto: admirar supone reconocer algo encomiable en el otro que, normalmente, nosotros no poseemos; es reconocer lo valioso del prójimo, que siempre es mucho, también en los delincuentes más depravados.
Basta un vistazo a los comentarios de cualquier medio de comunicación para constatar que la admiración brilla por su ausencia. En su inmensa mayoría destilan odio, desprecio e insultos. O, como mínimo, críticas. Así, en esta sociedad sumergida en el pesimismo, se vuelve sumamente urgente aprender a rescatar e iluminar con la luz de la verdad los ángulos de bondad que cada individuo, insisto, alberga.
Sé que esto se dice fácilmente por escrito, y que en la práctica se vuelve una tarea casi imposible. Nos cuesta horrores escuchar -lo que se dice escuchar- la opinión contraria, y más todavía aplaudirla. Ocurre en cuestiones anodinas como el equipo de fútbol o el jugador de tenis, en discusiones interminables sobre temas políticos, y en debates ideológicos que afectan a la religión.
¿Cómo pudo Cristo pedirnos amar al prójimo como a nosotros mismo? ¿Fue aquélla una exhortación simplona, fruto de un mero arrebato? Claro que no. Si Jesús nos lo indicó es porque sabía que era difícil y, sin embargo, necesario. Admitir las virtudes de quienes nos rodean es parte del camino a la santidad. Más aún, yo diría que se trata de un ingrediente indispensable para nuestra madurez como adultos.
Una de las razones por las que tendemos a vivir con tanta insatisfacción, amargura y pesadumbre es la falta de admiración. Cuando ganemos en sensibilidad para apreciar de verdad lo que nos rodea y quienes nos rodean, nuestra conciencia se despreocupará y se aligerará, y el nivel de alegría, incluso la mirada hacia nosotros mismos, mejorará también.