Conforme Jesús avanzaba en experiencia pascual, engendraba de modo paralelo según el Espíritu a su madre. Ya Dante pudo invocarla como "hija de tu Hijo" (Paraíso 33,1). Y puesto que aquel al que el Espíritu del Señor redime es elevado a instrumento generador del Cristo total, María misma "cooperó con su caridad al nacimiento de los fieles en la iglesia" (san Agustín). Ella es la "madre de los vivientes". Como María, también la iglesia —por el hecho de haber sido engendrada por el Espíritu de Cristo— igualmente "engendra a una vida nueva e inmortal a sus hijos' (LC 64): "no cesa nunca de engendrar en su corazón al Logos" total. He ahí por qué "María significa iglesia" (Isidoro de Sevilla).
Nosotros, como miembros de la iglesia viva, somos asimilados a María, figura y modelo de la iglesia. Debemos estar disponibles para dejarnos regenerar de un modo total por el Espíritu y, juntamente, sentirnos corresponsables con el Espíritu de Cristo en hacer resurgir en nosotros mismos y en los demás la vida nueva del amor. "Toda alma lleva en sí como en un seno materno a Cristo" (san Ambrosio). "Son mi madre, dice el Señor (Mt 12,50; Mc 3,34), los que cada día me engendran en el corazón de los fieles" (Rábano Mauro). En el aspecto espiritual, verdaderamente "María se ha convertido en iglesia y en toda alma creyente". En virtud de su participación en el misterio pascual, toda la iglesia y cada uno de sus miembros están llamados a desarrollar una espiritualidad mariana, y esa espiritualidad se concreta primeramente en practicar y experimentar una maternidad pascual hacia el Cristo total. Isaac de Stella dice de María y de la iglesia: "Una y otra son madres de Cristo, pero ninguna de ellas lo engendra todo (el cuerpo) sin la otra". Aquélla (María) llevó la vida en el seno, ésta (la iglesia) la lleva en la fuente bautismal. En los miembros de aquélla fue plasmado Cristo, en las aguas de ésta fue revestido Cristo. Llamados a insertarnos en el contexto de la espiritualidad pascual vivida por María y la Iglesia, debemos deducir de esta misma espiritualidad las características fundamentales de nuestra vida cristiana. Ante todo, la espiritualidad pascual mariano-eclesial nos invita a tender hacia el Cristo total resucitado. "En la virgen María todo es referido a Cristo y todo depende de Él" (MC 25). En la tendencia a uniformarnos con Cristo aparece no sólo nuestra conformidad espiritual con María, sino también nuestra diferenciación de ella. María "se asemejó plenamente a su Hijo, Señor de los que dominan" (LG 59). En María encontramos la máxima densidad cristológico-histórico-salvifica; ella es el signo escatológico de la iglesia peregrina en la tierra; es el anticipo de la iglesia celeste (cf LG 62). María es el signo de nuestro futuro definitivo salvavado en Cristo. María, además de testimoniar nuestro futuro último en el Cristo total, coopera a actualizarlo en nosotros. Respecto a nosotros, enredados en las debilidades mundanas (LG 8), ella se constituye en intercesora. Su escucha de las invocaciones no es más que el ejercicio de su maternidad pascual en favor de nuestra formación como cuerpo eclesial de Cristo. En segundo lugar, la espiritualidad mariana y eclesial se caracteriza por estar toda ella impregnada de amor oblativo, el que da y se da del todo. La caridad distingue la nueva vida resucitada en Cristo con el modo concreto de ser ya desde el presente partícipes de la vida divina. La misma virginidad de María no es otra cosa que una irradiación en todo su ser de una existencia altamente caritativa: es la disposición de su ser total a dejarse amar y amar sin límites a todo y a todos en el Señor. La virginidad en María es el signo que testimonia cómo Dios lleva a cabo el acontecimiento salvífico no mediante el eros sino mediante el ágape.
El ágape anticipo de la comunión de los santos en la que María es la primera salvada y redimida.