Lo que pasa es que tendemos a olvidarlo, y con mucha frecuencia les ignoramos o les quitamos importancia. ¡Cuántos llantos, decepciones y frustraciones nos ahorraríamos si les escucháramos! ¡Y cuántas alegrías nos llevaríamos si les hiciéramos caso!
Continuaba el artículo aludiendo a la sencillez de vida que también nos inspiran los más longevos. Ajetreados como estamos muchos días de la semana, ellos prefieren salir a dar un paseo o sentarse en una silla para contemplar a los transeúntes que pasan, con mil ocupaciones en la cabeza, por una calle que conocen de sobra. Sospecho qué pensará el lector: hacen eso porque están aburridos, o porque ya no trabajan y les sobra el tiempo. Y algo de ello habrá, en efecto, pero el hecho es que nosotros tampoco nos detenemos a observar a los viandantes, o a contemplar un simple atardecer, durante nuestras vacaciones o cuando tenemos una tarde libre. En lugar de dejar un espacio de vez en cuando para la reflexión, la oración o el mero sosiego mental, nos ocupamos con mil y un deberes que nos distraen y que nos proporcionan una más que cuestionable felicidad. Tendemos a ocuparnos con mil quehaceres que, a la postre, son muchas veces inútiles.
Pues bien, volviendo a la idea de la sencillez, tal vez valga la pena detenerse por unos instantes en el plano material: tener más –lo sabemos en teoría- no necesariamente significa ser más feliz. Nuestro apetito insaciable nunca va a quedar satisfecho tras comprar el teléfono de última generación, el coche -o el ciclomotor- más vistoso, la televisión más grande, el menú de restaurante más suculento o el zapato más a la moda, sino todo lo contrario. Supongo que ésa es una lección que vamos adquiriendo por experiencia propia conforme pasan los años, y por eso mucha gente mayor, al acercarse a la etapa más definitiva de su vida, prefieren pasar un rato con los nietos y con la gente querida -o cuidar una determinada rutina religiosa- antes que distraerse con superficialidades.
Insisto, reparemos en los ancianos y aprendamos de ellos. La Biblia recoge un sinfín de alusiones a su sabiduría, y a la dignidad que siguen ostentando, tengan la edad que tengan. Frases como “la gloria de los jóvenes es su fuerza, y la hermosura de los ancianos es su vejez” (Proverbios 20,29) y “delante de las canas te levantarás, y honrarás el rostro del anciano, y de tu Dios tendrás temor” (Levítico 19,32) se refieren justamente a esa honra y al respeto que merecen.