Descalza y arrinconada contra la pared, una aterrorizada madre intenta proteger la vida de su hijo, y le tapa la boca para que su llanto no les traicione.
Confusión, pánico y gritos de angustia por todas partes. Los inhumanos soldados cumplen con frialdad las crueles órdenes de Herodes: que los niños de Belén y de todo su territorio, de dos años abajo, sean asesinados.
Otra mujer baja desesperada las escaleras llevando a dos niños en sus brazos, perseguida por uno de los verdugos, que pasa ya por encima de un cuerpecillo inerte, tendido en el suelo. Han sido cogidas por sorpresa. Imploran clemencia, huyen arrastrando a sus pequeños, se esconden, interponen su cuerpo en un intento final por salvarles la vida... Nada detiene el cortante filo de las espaldas del tirano, que buscan la muerte de estos inocentes hasta en el propio vientre de sus madres.
Advertido por un ángel, José ha puesto al Niño Dios a salvo, huyendo con María Santísima a Egipto, y no regresará hasta pasado el peligro.
Veinte siglos después, cuando la Humanidad se enorgullece por estar alcanzando los mayores niveles de conocimiento, en la era de la tecnología, ya no es posible huir a Egipto, y hay Herodes por todas partes. ¡También en España!
Aún resuena en mi corazón el eco de las salmodias que proclamaba aquellos jóvenes valientes de los estandartes bermejos por las calles de nuestras ciudades, en la primavera de 1983, apelando a la cristiana inconformidad del pueblo español contra la matanza de los inocentes.
“Qué dirían las grandes personalidades cristianas de la Historia española: San Fernando, San Ignacio, Santa Teresa, San Antonio María Claret! Qué dirían ellos ante un proyecto de ley que no sólo arranca a los inocentes la vida terrena, sino que a la mayor parte de ellos priva hasta del bautismo? Pues nadie ignora cuántos infelices abortos caminan de los albores de la vida hacia la muerte, sin haber recibido el sacramento que prepara a las almas para el Cielo.”
“¡La omisión, la omisión también constituye culpa! ¡También constituye culpa! Prestad atención, ¡Oh, omisos!, que de un lado para otro pasáis por la calle: quien viese asesinar a un inocente en la calle y no lo defendiese cargaría un remordimiento en el alma hasta el fin de sus días. Quien ve un proyecto de ley que atenta contra los derechos a la vida de cientos de miles de inocentes y no se mueve para apoyar la lucha contra esa ley, ¿podrá conservar tranquilidad en su conciencia?”