Posteriores declaraciones han confirmado que estamos ante una práctica habitual en esa zona del continente africano. En pleno siglo XXI, cuando parece que todo lo hemos descubierto, que nos estamos acercando a las últimas fronteras de la ciencia, que ya no existen mundos por explorar dentro de la Tierra, agita nuestras mentes una noticia disparatada, algo salido de la prehistoria más oscura del ser humano.
¿Existe alguna religión que pueda extender un manto de protección a tamaña felonía? ¿Estamos hablando de la obra de locos fanáticos? ¿De aventureros desprovistos de cualquier mínimo resto de humanidad? ¿Puede llegar el ser humano a cometer tales barbaridades que espanten nuestras conciencias y ejecutarlas en nombre de una religión? A pesar de los crímenes que se cometen en nombre de las religiones, pienso, que esas actuaciones nada tienen que ver con las creencias originales, sino más bien, con las torticeras interpretaciones que, a veces, se hacen de ellas. En lo referente al comportamiento de los hombres, debo afirmar que cuanto más pienso, más me sorprende la capacidad que tenemos en nuestro interior, tanto para actuar perversamente, como para hacer el bien. Porque, muy cerca de los asesinos sin escrúpulos de los que hablamos, veíamos a unas monjas misioneras defendiendo la dignidad de las mismas personas que aquellos trataban como mercancía. Ambos, los unos y las otras son seres humanos.
Educación y comportamiento
Si meditamos en el horrible suceso, llegaremos a la conclusión de que el hombre no ha cambiado tanto en los dos mil últimos años de su historia. Cada cual elige su bandera y la ondea a su manera, consciente de que, quizás, la bandera tenga colores diferentes y defienda otros principios, pero, posiblemente, esa apreciación le traiga sin cuidado. Porque cuando las pasiones no encuentran dique que las modere y encauce, cada uno busca la defensa de sus intereses desde el materialismo más venal y miserable.
Decía Valentín de Foronda, economista del siglo XVIII, que la diferencia entre el comportamiento de unas personas y otras se encuentra en la educación. La educación, entendida como un proceso de formación que supera el aprendizaje propio de la escuela para extenderse a todos los ámbitos de nuestra formación social.
Para él, “la educación, inspirándonos opiniones, e ideas verdaderas o falsas, genera nuestros primitivos impulsos y según ellos, obramos de modo útil o nocivo a nosotros mismos y a los otros”. Esa educación a la que hace referencia, debe de llegar desde el Gobierno y la familia a todos los recovecos sociales, impregnando las instituciones con su aliento.
Valores
Esas ideas, novedosas en el siglo XVIII, parecen seguir siéndolo en la actualidad. Porque, aunque pensemos lo contrario, no podemos ignorar que en nuestro mundo, ese del que tan orgullosos nos sentimos, las tres mayores fuentes de riqueza, son: el tráfico de personas humanas, el tráfico de armas y el tráfico de drogas. Si lo pensamos, llegaremos a la conclusión de que no nos hallamos tan lejos de las gentes que tan bárbaramente se comportan en las zonas, a las que hacíamos referencia, del continente africano.
Alguien dijo que, “hoy en día, nada sucede sino sale en los medios de comunicación internacionales”. Esta afirmación se justifica por las decenas de guerras que acontecen en el universo sin que nos enteremos. De las tragedias que acaban con los hogares de millones de víctimas colaterales, de los abusos que se producen sobre personas y bienes, de los millones de seres humanos que mueren de hambre o de los que ven como, un día tras otro, se vulneran sus Derechos más elementales, nadie parece apercibirse. Vivimos orgullosos de nuestra Sociedad, de nuestros adelantos materiales, podemos recorrer miles de kilómetros en unas horas, desarrollar vacunas contra mortales enfermedades, explorar alejados mundos, pero no podemos garantizar la dignidad y la integridad de los seres humanos que nos rodean, de quienes son iguales a nosotros, de nuestros hermanos.
Llevamos tanto tiempo cultivando nuestras habilidades materiales que, con frecuencia, perdemos de vista a nuestro espíritu. Sin él, nuestra inteligencia es incapaz de reconducir nuestras pasiones haciendo que nuestra fuerza se convierta en un activo social del que podamos aprovecharnos, tanto nosotros como quienes nos rodean. Es preciso reconquistar nuestras antiguas creencias, las viejas costumbres, los hábitos que tradicionalmente aprendimos de pequeños. Si rescatamos nuestra capacidad para hacer el bien, nos mejoraremos a nosotros, mejoraremos la Sociedad y seremos un poco más felices.
Cultivando nuestro componente espiritual, a buen seguro, la modernidad y el progreso, lograrán hacernos más felices, porque, estaremos aprovechando nuestros adelantos materiales para ser más humanos. Nuestra vida es un entrenamiento permanente para alcanzar la paz y con ella, la felicidad.