Más que su sonido, podríamos mencionar su mensaje. En efecto, dicen que las campanas atraen e interpelan a los ángeles, pero sobre todo, remueven en el fondo del corazón de los fieles muchas vivencias a lo largo del año litúrgico y a lo largo de la vida. Se callan durante la Semana Santa, incitando a la penitencia y a la mortificación, por la Pasión y Muerte del Señor, para tocar con todo su brillo el día de la Resurrección. Los campesinos saben si tocan a difuntos, si tocan a rebato, si celebran un bautizo, una boda, la fiesta del Patrono de pueblo, de la romería, de la procesión e de la misa dominical.
Es famoso el cuadro de Millet representando a un joven matrimonio rezando el Angelus en pleno campo, con toda su fe y su sencillez. No llevan reloj, oyen las campanas de su iglesia. Suelen anunciar el Angelus tres veces al día en muchos pueblos del mundo, quizás para unos habitantes alejados de la práctica religiosa, pero tocan aunque sea sólo en honor a la Virgen María y a los ángeles.
Según escritos del siglo XVII en Francia, los fabricantes de campanas eran también campesinos, de padres a hijos porque escaseaban los pedidos. Tenían una técnica artesanal muy penosa pero sorprendente en su exactitud y perfección. La fundición de ciertos metales como el cobre rojo, el estaño, el zinc formaba una materia incadescente líquida llamada el bronce que iba conducida hacia unos moldes hechos dentro de la tierra, trabajamos con una mezcla de arcilla, ciertas hierbas y estiercol de caballo, adaptando la forma exacta de la futura campana deseada. El sonido requerido y el tamaño de cada campana necesitaban de sabios cálculos, medidas y toda la experiencia adquirida a lo largo de varias generaciones. Se podía escoger el sonido por medio de pedazos cortos de tubos de órgano.
La fama de unos fabricantes de campana franceses llegó hasta Moscú. En efecto, en 1715, en el curso de un viaje por todo occidente, el Zar Pedro I que gustaba de observar y aprender “de incognito” las ciencias, artes y técnicas mal practicadas en su país, se fijó en una familia de Auvergne, los Pardoux Mosnier, quedándose unas semanas para analizar su trabajo. Veinte años más tarde, por medio de su embajador Boris Ivanovich Kourabi, les pidió su colaboración y ayuda para fabricar una campana enorme de 218 toneladas, la más grande del mundo, llamada “Czar Kolokol” “la imperatriz de las campanas”. Fue bautizada por la imperatriz Anna Ivanova en 1735 después de dos años de costosos trabajos. Se pueden ver sus restos en uno de los patios del Kremlin.
Es bonita esta costumbre de bautizar las campanas. Generalmente la madrina es una señora importante que sufraga una gran parte de los costes elevados, la campana lleva su nombre incrustado en un costado, así como el del fabricante y la fecha. Es todo un mundo de tradiciones.