Oraciones de obediencia, espíritu de servicio y de adoración suma
Mucho antes de esas Bodas, la Anunciación, tan bien descrita por Lucas y que repetimos a diario al rezar el Ángelus, supone para la Virgen la necesidad de captar la Voluntad de Dios sobre ella misma (pregunta lo que no sabe), la disposición a ser fiel a su compromiso de vivir la virginidad (¿cómo será esto si yo no conozco varón?). Y la sumisión absoluta en cuanto conoce el encargo celestial (he aquí la Esclava del Señor. ¡Hágase en mí según tu palabra!) ¡Todo divinamente perfecto!
La atención servicial a su anciana prima Isabel (descrita en La Visitación), hace recorrer a María, a toda prisa, la Tierra Santa desde Nazaret en Galilea hasta Ain Karim en Judea, a pesar de la fatiga y molestias debidas a tan largo viaje y a su propio estado de gravidez, con el fin de atender y cuidar generosamente a la pariente anciana y a su hogar hasta el feliz alumbramiento de Juan el Bautista.
Allí mismo, al recibir la salutación emocionada de su prima (¡Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre!), Nuestra Señora recita El Magníficat, un precioso cántico profético que incluye su propio futuro (he aquí que me llamarán Bienaventurada todas las generaciones).
Por último, cuando encuentra a Jesús entre los Doctores del Templo, al tercer día de buscarlo con afán y desasosiego maternales, no falta el reproche lógico (¿por qué nos has hecho esto? Tu padre y yo te buscábamos angustiados) y recibe una respuesta que refleja la plena consciencia de la divinidad del Hijo ya a los 12 años (¿por qué me buscabais? ¿no sabíais que debía estar en la casa de mi Padre?).
Caná de Galilea
Todo aquello nos lo cuenta Lucas; en cambio, las actuaciones de la Virgen en las Bodas de Caná nos las describe el testigo ocular Juan, en su Evangelio. Veamos el texto sagrado:
...Se celebró una boda en Caná de Galilea y estaba allí la madre de Jesús. Fueron invitados también a la boda Jesús y sus discípulos. Y faltando el vino, la madre de Jesús le dijo: “No tienen vino”. Jesús le respondió: “¿Qué nos va a ti y a mí, mujer? Mi hora aún no ha llegado”. La madre dijo a los sirvientes: “Haced lo que él os diga”.
Cuando los sirvientes comparecieron ante Jesús, todos recordamos que les encargó que pusieran agua en las seis tinajas de piedra, con capacidad conjunta para unos seiscientos litros, tinajas que llenaron hasta los bordes y, tomando una muestra, la llevasen al maestresala.
En las bodas de Palestina el vino era un ingrediente esencial. Popularmente se conocían como “las fiestas del vino”. La Virgen, como solícita ama de casa, no se comporta como una invitada fría e inerte sino que se preocupa de la felicidad de los participantes en la fiesta; además ¡qué vergüenza hubiera sido para los novios si este fallo se hace público y lo conoce todo el pueblo!
En este breve episodio se traslucen las virtudes teologales que vivía Nuestra Señora en grado sumo. La fe total y absoluta en que Jesús podía resolver un problema insoluble a los ojos humanos. De paso la Virgen pensaría que los nuevos discípulos sabrían así la categoría humana y divina del Maestro que habían elegido para guiarles en sus vidas. Al convertir el agua en un vino excelente, Jesús demuestra que puede, con su sola voluntad, hacer que una sustancia se convierta en otra. Pero siempre solicita ayuda para realizar los milagros: aquí les pide que aporten el agua. Después, en las dos multiplicaciones de panes y peces, también se apoya en unos pocos ejemplares que sirven de base para la multiplicación milagrosa. En este segundo caso lo que cambia es la cantidad. A veces pienso que los dos milagros juntos simbolizan y sirven de preámbulo para la transustanciación que se produce en la Eucaristía (cambio de una materia en otra infinitamente mejor y aumento ilimitado en la cantidad).
La virtud de la esperanza se transluce en la eficaz insistencia maternal ante la primera respuesta negativa del Hijo (¿qué nos va a ti y a mí? aún no ha llegado mi hora). Y la Virgen no se desmoraliza sino que insiste como una madre tenaz y acierta de pleno: por este milagro creyeron en Él sus discípulos.
Por último, la caridad se ve en el desvelo para proteger la honra y dignidad de los novios de Caná y su valiosa ayuda en la armonía y buena marcha de la fiesta: les libra discretamente de un sofoco impresionante. A lo largo de la vida pública de Jesús se adivina – entre bastidores - la compañía discreta de María, acompañando a las Santas Mujeres que “lo acogían en su casa y lo asistían con sus bienes”.
No deja de ser notorio que, cuando los recaudadores del impuesto para el Templo reclaman a Jesús el tributo, Él no recurre al fondo común – suma de las limosnas recibidas – sino que hace uno de los milagros - para mí más espectaculares - al encargar a Pedro que eche el anzuelo al mar y, de la boca del primer pez que pique, extraiga un didracma para tributar por los dos. Ahí veo además una expresión clara de que considera al futuro Papa íntimamente identificado con su propia misión en la tierra.
Resumen y conclusiones
Saliéndonos otra vez de los Misterios Luminosos deberíamos comentar la dolorosa, heroica y abnegada presencia de la Virgen al pie de la cruz, la seguridad absoluta – no compartida por los demás – en que se produciría la Resurrección de su Hijo y la tutela y acogida de los discípulos dispersos cuando los mantiene reunidos para la venida del Espíritu Santo por Pentecostés.
Creo que si leemos los Evangelios y otros Libros Sagrados meditando esos detalles nos daremos cuenta de que la Santísima Virgen siempre ha tutelado de modo delicado y maternal el desarrollo de la Iglesia y ha amparado a sus fieles. Y eso nos animará a recurrir a ella en todo momento.