Es posible que muchos piensen que la niña no ha existido nunca y puede ser que otros, crean que todos nosotros somos esa niña. No quiero desilusionaros, los unos y los otros tenéis razón.
Se acercaba la Navidad. El viento del norte y la fina lluvia habían enfriado la tarde. Los viandantes corrían, nerviosos, de uno a otro lado en busca de los últimos regalos. Los villancicos alegraban las calles, las luces multicolores iluminaban las paredes del Centro Comercial, sus vivos reflejos hacían soñar a quien se detenía contemplarlos. En los escaparates se exponían múltiples productos, algunos desconocidos para mí. En definitiva, todos los regalos que habíamos soñado pedir a los Reyes Magos se ofrecían, obscenos, al viandante. Se había hecho de noche, las luces del Centro Comercial se mezclaban con las luces azules que había colgado el Ayuntamiento y que parecían derramarse en cascada descendiendo desde las copas de los árboles. En el último escaparate del Centro Comercial, el que más alejado se hallaba de la puerta, uno de sus pajes recibía las cartas que los niños habían escrito a los Reyes Magos. A quien se detenía ante la escena, le llamaba la atención que, justo a uno de los lados del brillante trono, semi-escondidos y acurrucados en una oscura esquina, sentados sobre el suelo de la calle, una madre y su hijo, pedían limosna.
Mi protagonista, extrañada por la escena, le tiró de la manga del abrigo a su madre:
-¿Porqué están pidiendo dinero en la calle, con el frío que hace?
Su madre, sorprendida por la inesperada pregunta, le miró. Durante unos segundos guardó silencio. Con un gesto cariñoso le alisó el revuelto cabello:
-Hija, piden porque no tienen dinero para comprar comida.
La niña se fijó en el niño. Tenía el frío dibujado en su cara. Bajo sus viejas y descuidadas ropas, aleteaba el temblor de su indefenso cuerpecito. Su madre, que con su brazo extendido, trataba de protegerle, sentía como le dolía el alma pero no se le ocurría otra cosa que llorar su impotente soledad. Su mirada denotaba un indefinido dolor, hastío y cansancio. Su voz, suplicante, repetía una y otra vez:
-Dadme una limosna. No tenemos para comer.
En ese momento, la niña pensó que había muchas cosas de los mayores que no entendía.
Durante el resto de la tarde, la niña no pudo quitarse de la cabeza la imagen del niño; rubio, pequeño, débil, blanco y silencioso. De su mente no se apartaba su mirada, parecía vacía, seca, dormida, como si no desease expresar sus sentimientos, su madre, con sus ojos, transmitía la angustia que debía poblar su mente. La niña no pudo dejar de pensar que algo sucedía en su interior. Sus emociones no dejaban de encontrarse, unas con otras, mientras daba vueltas a algo que no acababa de comprender:
“Estaba triste y no tenía ninguna razón para estarlo o al menos, eso era lo que me parecía. No me explicaba porqué la alegría que sentíamos nosotros no podían compartirla el niño y su mamá. Esperar los regalos de Navidad ya es una alegría. Contar los días que faltan, imaginarse lo que nos traerán los Reyes, lo que les pondrán a nuestras familias... Ver felices a quienes te rodean es una manera de sentirte feliz. Para ellos todo será diferente. Tienen hambre y sienten frío, su ilusión se limita a poder comer algo. No se les ve convencidos de que lograrán algo para comer. De hecho, su triste mirada parece presagiar que están habituados a no comer y que esta noche tampoco esperan poder llenar sus estómagos.
Me dormí soñando en los Reyes Magos. La luz de un brillante día estaba amaneciendo tras los arenales de un infinito desierto. Sus camellos no iban cargados de juguetes, portaban comida, mucha comida y ropa, vestidos, abrigos, chaquetas, para los pobres. Cuando amanezca el seis de enero ya no habrá pobres que sientan hambre o frío, ya no habrá papás y mamás que no tengan trabajo, nadie tendrá derecho a estar triste. Al final, todos podremos ser felices y celebrar el día en el que nació Jesús.
Tras darle muchas vueltas a mi cabeza, la solución de los Reyes, que, al principio me parecía buena, acabó por incomodarme. Seguía triste y no acertaba a entender porqué. A medida que pasaban las horas más convencida estaba de que no tenía sentido que los niños pobres debieran aguardar la llegada de los Reyes Magos para poder comer, para evitar el frío del invierno, para alcanzar la dicha. Una frase que había escuchado en clase de Religión, me venía, una y otra vez, a la cabeza: Jesús nos hizo a todos hermanos.
No podía contenerme sin gritar lo que sentía. Al fin, estallé:
-No quiero que ninguno de mis hermanos pase hambre o frío ni un día más de su vida. No quiero que nadie tenga que esperar la llegada de los Reyes Magos para dejar de sufrir.
Hay muchas cosas de los mayores que no entiendo. Cuando miro a mí alrededor, a veces, pienso, que es posible que no tenga demasiadas ventajas hacerse mayor.
En casa hemos puesto el nacimiento, hemos comprado los dulces y los turrones, casi todo está preparado para festejar el nacimiento de Jesús. Creo que soy más feliz sin entender a los mayores. Sigo aguardando con ilusión la llegada de los Reyes Magos, a ver si ellos consiguen resolver los problemas que no pueden arreglar los mayores”.