Dado que se trata de ángeles, los demonios son criaturas espirituales, sin ningún componente material, sin cuerpo. No obstante, al igual que sucede con los ángeles buenos, los hombres necesitamos representarlos de algún modo y lo hemos hecho habitualmente con un cuerpo de aspecto feo y con rasgos que hacen resaltar su maldad.
Hay que señalar que en los primeros siglos de la Iglesia, incluso en teólogos de la talla de San Agustín, se tendía a considerar que los demonios disponían de un cuerpo de naturaleza espiritual, o bien sutil y aéreo aunque material. De ahí que algunos autores, valiéndose a veces de textos apócrifos del Antiguo Testamento, considerasen también que tenían una tendencia libidinosa por la que trataban de seducir al pecado carnal a las mujeres y hacer perder así sus almas. Varios Padres de la Iglesia, sin embargo, se opusieron a esta interpretación; por ejemplo San Juan Crisóstomo, quien recalca que una naturaleza incorporal no puede tener concupiscencia. Pero sería sobre todo Santo Tomás de Aquino quien, de forma coherente entre el fundamento bíblico y el dato teológico, por una parte, y el razonamiento filosófico por otro, incidiera de manera ya más definitiva en su naturaleza puramente espiritual y aclarase ciertos puntos de forma fija. Por ejemplo, en la Suma Teológica enseña que los demonios son substancias intelectuales (por lo tanto, sin cuerpo) y que su pecado ha sido de soberbia y envidia, que son pecados puramente espirituales, de tal modo que no tienen en cuanto tales los pecados vinculados a aspectos carnales o pasionales, si bien se deleitan en cualesquier pecados de los hombres por ser éstos un obstáculo para el bien humano (S. Th. I, q. 63, a. 2 ad 1 et ad 2; idem, a. 4 in c).
Número de los demonios
No es fácil conocer el número de los demonios que se rebelaron contra Dios. En el Apocalipsis, San Juan vio cómo un gran dragón rojo arrastraba con su cola la tercera parte de las estrellas del cielo (Ap 12,4): la Tradición de la Iglesia ha comprendido con frecuencia en este texto la defección de los ángeles malos y ha entendido que la seducción de Luzbel hizo a muchos otros seguirle, aunque la mayor parte de los ángeles permanecieron fieles a Dios. Al aludir a la tercera parte, se hace evidente que fueron muchos más los que perseveraron junto a Dios que los rebeldes, pero también es claro que fueron numerosos los que cayeron. No es necesario interpretar con exactitud matemática la relación de un tercio frente a otros dos, aunque sí puede dar una idea.
Por otra parte, ha habido autores en la Tradición de la Iglesia que han pensado que Dios dio al hombre el mandato de multiplicarse hasta cubrir el número de los ángeles caídos, reparando así la pérdida de éstos.
Nombres de los demonios
Al hablar del demonio en el Nuevo Testamento, decíamos que en él se menciona a Satanás y a los otros ángeles caídos con nombres tales como “demonio”, “diablo”, “Satán / Satanás”, “Belcebú”, “dragón” y “bestia”. En la Sagrada Escritura y en la Tradición de la Iglesia también se emplean las designaciones de “maligno”, “enemigo”, “tentador”, “serpiente antigua”… Los antiguos monjes egipcios, conocidos como “Padres del Desierto”, solían identificar cada pecado capital con un demonio que instigaba a él y a veces daban a ese demonio el nombre correspondiente: “demonio de la envidia”, etc.; muy importante era el denominado “demonio del mediodía”, “demonio meridiano” o “demonio de la acedia”. Por otro lado, en ocasiones se conocen nombres propios de demonios, como “Asmodeo”, según hemos visto en artículos anteriores.