Lamentablemente, esa fascinación se descubre no pocas veces en ámbitos católicos, incluso dentro de comunidades religiosas y aun monásticas, debido a un mal entendido “ecumenismo” y al deseo de un “diálogo interreligioso”, ajeno a cualquier norma de prudencia. Por eso resulta conveniente ofrecer unas breves notas acerca de los riesgos principales que, de estas actitudes, se pueden derivar para un católico, así como algunos de los puntos doctrinales que éste debe tener claros con relación a unas filosofías y religiones, que, en no pocos aspectos, muestran unas diferencias esenciales con la fe de la Iglesia. En especial, queremos advertir de la ingenuidad con que muchas personas enfocan los denominados “métodos orientales”, considerando equivocadamente que se trata de simples técnicas de respiración y de relajación, sin otras cuestiones de mayor fondo.
Documentos de la Iglesia a tener en cuenta
Con relación a todo esto, debemos recordar, antes que nada, que la Iglesia Católica ha dispuesto algunas normas al respecto, singularmente en los siguientes documentos:
a) las indicaciones del Concilio Vaticano II, que reconocen los valores que se hallan en las religiones no cristianas, pero que invitan a la prudencia en las relaciones que se deriven de los mutuos intercambios (Nostra Aetate, 2);
b) las advertencias del Catecismo de la Iglesia Católica en torno a los conceptos erróneos sobre la oración, poniendo en guardia sobre “los que ven en ella una simple operación psicológica o un esfuerzo de concentración para llegar al vacío mental” (CEC, 2726);
c) y por fin, las más precisas acotaciones de la Sagrada Congregación para la Doctrina de la Fe (Carta de 15.10.1989, Algunos aspectos de la meditación cristiana), donde habla de los “métodos orientales”, por los que entiende los métodos que se inspiran en el hinduismo y en el budismo, como el zen o la “meditación trascendental” o incluso el yoga, y a los que se refiere en el nº 2 al añadir que “con la difusión actual de los métodos orientales de meditación en el mundo cristiano y en las comunidades eclesiales, se encuentra frente a una renovación aguda de la tentativa, no exenta de riesgos y errores, de mezclar la meditación cristiana y la meditación no cristiana”.
Después de hacer un recuento bastante completo de tales tentativas, concluye el nº 2 diciendo que éstas “deberán ser continuamente examinadas con un cuidadoso discernimiento de los contenidos y del método, para evitar caer en un pernicioso sincretismo”.
A partir de estos documentos de la Iglesia y de un examen del trasfondo de los llamados “métodos orientales”, trataremos de establecer en próximos artículos unas conclusiones suficientemente claras para dar respuesta a tantas personas, que se pueden sentir fascinadas por tales técnicas de meditación.