Durante toda aquella semana, la rubia y risueña muchacha había estado esperando con ilusión la llegada del sábado, porque para el sábado por la noche tenía organizada - ella y sus amigos - una fiesta en casa de Laura.
Elisa vivía sola con su madre, Isabel, una mujer de cincuenta años, viuda, de carácter dulce y comprensivo, de porte digno y señorial. Madre e hija se querían mucho y se comprendían perfectamente, concediendo cada una a la otra los privilegios de su edad y mostrándose siempre dispuestas a ceder en sus opiniones cuando éstas diferían. Elisa estudiaba los primeros cursos de magisterio y aquel año hasta había tenido la mala fortuna de que le suspendieran unas asignaturas, de manera que debía repetir los exámenes.
Las tardes de verano invitaban a pasear un rato, las noches cálidas a salir con el grupo de amigos y amigas. Las mañanas de los festivos eran una tentación para pasarse las horas en la playa…
-Elisa, no olvides repasar para los exámenes - recomendaba cariñosamente Isabel - No te vayan a volver a suspender. Sería una lástima.
-No temas, mamá, no descuido el estudio. Sabes que tengo verdadera vocación por el magisterio y aunque haga alguna salida, estudio y repaso.
-Te pasas horas escuchando música y conectada a Internet.
-Ya lo sé, mamá, pero prometo aprobar, ya lo verás
E Isabel sonreía, con aquella sonrisa dulce y maternal, moviendo la cabeza de un lado a otro y murmurando con cariñoso reproche:
- ¡Ay, esta hija mía…!
Luego, durante algún que otro rato, Elisa se concentraba plenamente en su estudio. Su madre se sentía satisfecha de verla tan estudiosa, tan inteligente, tan entregada. Entonces, temía que la chica se cansase, y solícita, le llevaba una taza de cacao…
La fiesta
Por aquellos días, Isabel cayó enferma. No era cosa de gravedad, pero tenía algunas décimas y las consiguientes molestias inherentes a su estado gripal, como jaqueca, abatimiento y dolores musculares. El médico le aconsejó que guardase cama y así lo hizo, sin que ciertamente le faltasen entonces las cariñosas atenciones de su hija.
Elisa no volvió a mencionar su tan esperada fiesta del sábado, viendo a su madre indispuesta. Pero ésta le dijo una tarde de viernes:
-Prepara tu ropa para mañana y ponte bien guapa, hija. Recuerda que Laura y el resto del grupo te esperan. Yo no quiero oponerme a que disfrutes de la fiesta.
- Oh, mamá, ya habrá más fiestas y madre sólo tengo una - respondió Elisa.
- ¿Qué quieres decir? Ya sabes que lo mío no tiene importancia, me quedaré durmiendo, no te voy a necesitar, tranquila.
-No mamá, no quiero dejarte sola, estando así. Te quiero mucho. - Y Elisa besó cariñosamente a Isabel en ambas mejillas.
Sin embargo, cuando llegó el sábado, Elisa dudaba. Porque su madre seguía insistiendo en que podía marcharse tranquilamente. Y Laura la telefoneaba a todas horas intentando convencerla de que asistiese.
-No, Laura, quiero quedarme con mi madre, me sabe mal dejarla así - decía ella ya indecisa.
-Anda, no seas tonta. Tu madre no tiene nada importante, ya se dormirá.
-Ya, pero yo sé que no podrá dormir hasta que yo regrese. Y estará molesta.
-De todas formas, diré a Rosa y Germán que pasen a buscarte por si acaso decides venir a última hora.
Elisa sentía grandes deseos de asistir a esa fiesta, pero a su madre, la quería tanto, que toda su inquietud juvenil y esa tendencia natural a liberar energías en la fiesta, podían ser frenadas por su solicitud filial.
El sábado, a la hora prevista, sonó el timbre de la puerta. Elisa la abrió y entraron varios de sus amigos y amigas.
-Venimos a buscarte.
-Ya os dije que no voy. Tengo a mi madre algo malucha y no es momento de dejarla.
Después de un rato de polémicas, los amigos de Elisa se fueron y ésta se dispuso a estudiar, aprovechando que se quedaba en casa. Tenía dos asignaturas que le costaba entender, así que se dedicaría a ellas. Fue a la habitación de su madre con los libros y los apuntes.
-¿Elisa te vinieron a buscar?
-Sí, - contestó - pero prefiero quedarme contigo. Además, así aprovecho para estudiar.
Una tarde con fruto
Su madre, en el fondo agradecida, apagó el televisor y Elisa se puso a estudiar en el cómodo sillón que Isabel tenía en su habitación. Y estudió mucho, durante dos o tres horas. Más tarde, cenaron y al rato Elisa se fue a dormir, diciéndole a su madre que si la necesitaba, que no dudara en llamarla.
A los pocos días, Isabel, esperaba nerviosa a Elisa. Ésta había ido a examinarse y le daban las notas prácticamente al momento. ¿Cómo habría ido? La buena mujer vivía intensamente todo lo que acontecía en la vida de Elisa.
-Mamá… tengo que decirte algo importante - dijo Elisa, mostrándole sus aprobados. ¡Aprobé! Pero… fíjate bien… precisamente me han entrado las preguntas referentes a lo que estudié la noche que me quedé contigo, en lugar de ir a la fiesta de Laura. Quizás si hubiera ido a la fiesta, no hubiera repasado tanto y no habría aprobado. Debo estos aprobados, definitivamente, a no haber querido dejarte sola, cuando estuviste enferma.
Isabel, que ya estaba del todo repuesta, besó y abrazó a su hija por aquella contestación, sintiéndose orgullosa de ella, de su talento, de su bondad y de su corazón puro y generoso.