La Edad Media de los castillos y los monasterios, de las universidades y las catedrales, de los caballeros y del amor cortés, de las cruzadas y de los frailes mendicantes, del apogeo del Papado y del Imperio, tuvo en San Bernardo (1090-1153) un referente ineludible y arquetípico.
Es sin duda el personaje más influyente del siglo XII, una centuria que no puede comprenderse sin estudiar su papel como difusor del monacato cisterciense y de la primera arquitectura gótica, reformador de costumbres, impulsor de la presencia cristiana en Tierra Santa e inspirador de los templarios, místico y teólogo. Y el alcance de su polémica con Pedro Abelardo llega hasta nuestros días, por cuanto la oposición entre ambos será la que defina, en sus mismas raíces, lo que entendemos como “modernidad”.
San Bernardo, ante los peligros del mundo, dice “mira a la estrella, invoca a María”. “Si la sigues no te desviarás; si recurres a Ella, no desesperarás. Si la recuerdas, no caerás en el error. Si Ella te sostiene no te vendrás abajo. Nada temerás si te protege; si te dejas llevar por Ella, no te fatigarás; con su favor llegarás a puerto. De modo que tú mismo podrás experimentar con cuánta razón dice el evangelista: y la Virgen se llamaba María”.