Al morir su madre, su padre suplió en parte esta educación, llevándola con demasiada dureza. Anselmo fue un gran profesor, elocuente predicador, gran reformador de la vida monástica y un gran teólogo. Se ganaba el amor y la estima de la gente, era un genio metafísico que, con su gran corazón e inteligencia, se acercó a los más profundos misterios cristianos: “Haz, te lo ruego, Señor –escribía–, que yo sienta con el corazón lo que toco con la inteligencia”. Sus obras más conocidas son: “Monologion” (meditar sobre razones de la fe), y “Proslogion” (la fe que busca la inteligencia).
Fue elevado (1092) a la dignidad de Arzobispo primado de Inglaterra, con sede en Canterbury, y allí el humilde monje de Bec tuvo que luchar contra la hostilidad de Guillermo el Rojo y Enrique I. En Roma pidió que se reconocieran sus derechos y que se mitigaran las sanciones decretadas contra sus adversarios. Murió en Canterbury el 21 de Abril de 1109. En 1720 el Papa Clemente XI le declaró doctor de la Iglesia.