En esta junta se levantó uno de los consejeros y dijo: "Majestad, cuando vos estáis sentado a la mesa con vuestros nobles y vasallos, en medio del hogar arde el fuego, y la sala está caliente; allá fuera, empero, brama por doquier el viento de invierno que trae frío, lluvia y nieve. De pronto entra un pajarillo y revolotea por la sala. Entra por una puerta y sale por la otra. Los pocos momentos que está dentro, se siente al abrigo del mal tiempo, pero, apenas desaparece de nuestras miradas, retorna al oscuro invierno. Lo mismo acontece - a mi parecer - con la vida humana. No sabemos lo que antecedió, ni sabemos tampoco lo que vendrá después. Si esta nueva doctrina da alguna seguridad sobre esto, vale la pena que la sigamos".
La realidad humana
Qué bien expresada está en esta historieta lo que es la vida humana. Miradas las cosas desde el punto de vista natural, el hombre, efectivamente, es como un pajarillo que entra, de no se sabe donde, por la puerta de la vida a una sala caliente e iluminada y sale rápidamente de ella a no se sabe donde. Venimos a este mundo sin haberlo solicitado y nos vamos de este mundo, apenas unos años después, sin ser consultados. Del nacimiento a la muerte no media demasiado tiempo. ¿Podemos conformarnos con vivir aquí unos cortos años sin plantearnos el problema de nuestro origen y de nuestro destino final? Creo que es insensato no hacerlo y no intentar encontrar respuestas. Por eso tenía razón el consejero de la historieta: "Si la nueva doctrina, la cristiana, nos da una respuesta a estas cuestiones vale la pena que la sigamos".
Sentido de la vida
El cristianismo da respuesta al sentido de la vida, a su origen y a su destino. Nos dice: de Dios venimos, porque fuimos creados por Él, y a Dios vamos, porque Él es nuestro destino feliz y eterno. Como el pajarillo, entramos en la vida, pero no del frío y oscuro invierno, sino de Dios, que nos ha creado, y de esta vida terrena nos vamos no al frío y oscuro invierno, sino a la casa del Padre. Dios no nos ha creado, pues, para vivir solamente unos cortos años en la sala cálida y luminosa de la vida - que no lo es, además, para todos -, y dejarnos después abandonados y convertidos en un puñado de polvo. No, Dios nos ha creado para vivir con Él para siempre, acompañados de nuestros seres queridos.