Consideré necesario incidir en un tema que nos concierne a todos, seamos conscientes o no de ello. Aprovechando la reciente Cumbre de París, en Diciembre de 2015, donde jefes de estado, de 195 países, se reunieron en la XXI Conferencia Internacional sobre Cambio Climático, me gustaría, a modo de cierre, añadir algo más a lo escrito anteriormente.
¿Qué nos produce más dolor, un niño mal cuidado o uno que al que ni siquiera se le cuida? Casi con toda probabilidad lo segundo. Pues bien, ése no es el caso del mundo. Los seres que pueblan la Tierra sí tienen un dueño, alguien que vela por ellos. Por eso nos debería doler, y mucho, cada vez que un ser vivo sufre o se extingue. Maltratar a los animales es una aberración, quizá no tan grave como hacerlo con un ser humano, pero sí dañina y reprobable. El mundo que nos rodea, así como las criaturas que lo pueblan, es una herencia común que hemos recibido todos. Es una responsabilidad compartida de la que no podemos escapar ninguno, y no puedo evitar pensar que darle la espalda a esa realidad no le quita valor ni verdad.
Opino que cuando asimilamos esto no cuesta justificar por qué cuidar a la naturaleza es cuidar, entre otras cosas, al hombre mismo. ¿Defiendo entonces la equiparación entre el ser humano y un perro? No. Efectivamente, “cada criatura tiene una función y ninguna es superflua” (Laudato Si, n. 84), si bien el ser humano está en lo más alto de la escala. Esto, insisto, no implica despreciar al resto de animales y seres vivos, sino ponerlos en su lugar.
Dios está presente en la naturaleza
No es exagerado afirmar que Dios se muestra en cada cosa que existe. Está presente en la naturaleza misma. El propio Catecismo de la Iglesia Católica reconoce (n. 2418) que “todo ensañamiento con cualquier criatura atenta contra la dignidad humana”. Así de claro. Es necesario que mostremos un sano respeto hacia los vegetales y los animales, lo cual no implica no manipularlos, pero sí intervenir en ellos, para ayudar al desarrollo mismo de la naturaleza, en la línea de la creación llevada a cabo por Dios (Laudato Si, nn. 112 y 132).
En definitiva, “todo está conectado”, como se repite insistentemente en la encíclica mencionada. Las especies, que poblamos el universo, estamos interconectadas y compartimos un único medio. Lo ambiental y lo social está relacionado, al igual que la naturaleza y la sociedad. Y, por mucho que el término esté muy manido, la ecología, aplicada al ámbito biológico, económico, social y cultural, ayuda a preservar este mundo que nos ha sido dado.