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Camino de Santiago y espiritualidad (III)

Un texto cristiano de primera hora nos describe la condición humana desde la perspectiva del hombre como viator, peregrino. Me refiero al Discurso a Diogneto V, 5: «Habitan sus propias patrias, pero como forasteros; toman parte en todo como ciudadanos y todo lo soportan como extranjeros; toda tierra extraña es para ellos patria, y toda patria, tierra extraña».

Peregrinar significa caminar hacia la verdadera patria, hacia la Jerusalén celeste. Este aspecto fue bellísimamente plasmado en el programa iconográfico del Pórtico de la Gloria de la catedral de Compostela. La peregrinación favorece que emerja a nivel consciente el convencimiento de que el creyente es un hambriento de futuro y, a medida que va caminando, se le revela la existencia, su historia, como un éxodo.

Pablo lo expresó de la siguiente manera: «Pues no tenemos aquí ciudad permanente, sino que andamos en busca de la venidera» (Heb 13, 14). De los motivos paulinos y joanneos, especialmente de la descripción de la Jerusalén celeste (Ap 23), nació una rica espiritualidad de la peregrinación, sustentada en una concepción de la Iglesia como pueblo de Dios en marcha, Iglesia peregrina. La Iglesia histórica, y quienes la forman, es extranjera en el mundo, es nostálgica y peregrina, está en marcha hacia su meta. El peregrino siente la ausencia, la precariedad y el erradicarse de su tierra, porque espera y camina hacia lo celeste.

La conciencia de ser peregrinos ayuda a superar todos los obstáculos con serenidad. En palabras de S. Agustín: «No temas, que nada te asuste; atiende a la nostalgia de la patria, ten conciencia de tu condición de peregrino». Cercana esta expresión al también agustiniano inquietud est cor nostrum, que puede ser aplicada a la peregrinación. El peregrino descansará cuando llegue a la meta definitiva; mientras tanto, no puede dejar de vivir en movimiento (inquietum). La peregrinación es, siguiendo con la terminología de S. Agustín, el espacio que corre entre el inquietum y el reposo (requiescere). El peregrino es el que espera alcanzar la dulce, única y verdadera patria, el que se experimenta indigente, como un pobre con hambre y sed que saciará únicamente en la patria definitiva. En suma, que el peregrino -ser cristiano- es aquel que en su propia casa y en su propia patria se reconoce como extranjero, y por tanto siente la llamada a salir y encontrar la meta, de ordinario sirviéndose de signos que le ayuden a entrever la meta última y definitiva.

Nuestra peregrinación

El Sermón del Santo Papa Calixto en la solemnidad de la elección y de la traslación de Santiago Apóstol, que se celebra el 30 de diciembre, fundamenta la peregrinación desde el comienzo de la humanidad. El sermón nos recuerda que la peregrinación “toma el nombre en Adán; continua por Abrahán, Jacob y los hijos de Israel hasta Cristo y se completa en Cristo y en los apóstoles”. Adán es el primer peregrino al que se le promete, después de la salida (caída, pecado), el regreso (promesa). La vida de la primera criatura no es más que una peregrinación en espera de llegar al paraíso definitivo. La antropología del hombre, en su dimensión histórica, se vislumbra en el primer Adán. Su origen y su meta son dos referencias únicas para saber quién es. En este sentido encontramos innumerables evocaciones del Adán paradisíaco y no pocas alusiones a la caída, salida y regreso, en la literatura religiosa y no religiosa a lo largo del tiempo, desde la literatura targúmica hasta la romántica del siglo XIX en la que el camino y la peregrinación de Adán eran figura de la existencia humana. Su influjo en todas las manifestaciones artístico-culturales es evidente. Abundantes serían las referencias a la figura del hombre (Adán) peregrino en la pintura y en la escultura que podríamos traer a colación. Pero no es este el momento. Simplemente una alusión a la escultura que se mostró en la exposición que la Conferencia Episcopal Española realizó con motivo del Jubileo del año 2000, escultura que nos hace ver la salida de Adán y Eva del paraíso para emprender el camino que les haría volver a su meta; siendo Jesucristo quien les acompaña y les coge de la mano, caminando delante de ellos, aspecto muchas veces reiterado en las iglesias del camino de Santiago y en la misma Basílica Compostelana. El Adán del paraíso no es otro que aquél que emprende un itinerario de la mano de alguien que le conduce para que llegue a su destino. Muchas serían las imágenes que de todos los tiempos nos dan pie para hacer un recorrido histórico por el mundo del arte y reflejar el alcance antropológico del peregrino, consecuencia de su descendencia adámica y cristológica.