Desde que el año 539 a. C., Ciro el Grande, del Imperio Aqueménida de Persia, redactara el “Cilindro de Oro”, pasando por “el Pacto de los Virtuosos”, por el que, en el año 590 d. C., varias tribus árabes suscribían la primera alianza de Derechos Humanos y por la primera Declaración de Derechos Humanos, realizada en Inglaterra, en 1689, hasta la Declaración que realiza la ONU en 1948, el esfuerzo humano ha constituido un permanente esfuerzo por reconocer los más elementales derechos entre las personas.
En el sesenta aniversario de la Promulgación Universal de los Derechos Humanos, en 2008, Ban ki-moon, a la sazón, Secretario General de las Naciones Unidas, hacía referencia a la dificil época en la que esta norma se habían promulgado:”En un momento en el que el mundo trata de recuperarse de los efectos de la II Guerra Mundial...”
Las persecuciones siguen
Hoy, desgraciadamente, nos vemos en la obligación de recordar, con la melancolía propia del fracaso, pero también con la fuerza de una justa reivindicación, su inmediata aplicación. En su artículo primero, dicha Declaración, dice:”Todos los seres humanos nacen libres e iguales en dignidad y derechos y, dotados como están de razón y conciencia, deben comportarse fraternalmente, los unos con los otros”. Y en su artículo diez y ocho, nos recuerda:”Toda persona tiene derecho a la libertad de pensamiento, de conciencia y de religión; este derecho incluye la libertad de cambiar de religión o de creencia, así como la libertad de manifestar su religión o su creencia, individual y colectivamente, tanto en público como en privado, por la semblanza, las prácticas de culto y la observancia.”
En pleno siglo XXI, en multitud de lugares, se sigue persiguiendo a las personas por sus creencias, destruyendo sus centros de culto y desterrándoles de sus hogares, incluso matándoles, por ejercer un derecho reconocido por todas las leyes del mundo. Cada año, más de cien mil cristianos mueren por defender el derecho a creer en su fe. Pero también muchos cientos de miles de personas que practican otras creencias, son insultados, denigrados, zaheridos o castigados por practicarlas. La libertad de religión y culto forma parte del espíritu propio de cada persona y como tal, debe ser respetada.
Un mártir más
Nauman Masih, era un alegre joven católico pakistaní. Vivía en la ciudad de Lahore. Tenía catorce años y una vida por delante. Todos los días, cruzaba la calle para ir al colegio en el que cursaba sus estudios. Le gustaba estudiar y aprender, quería entrar a formar parte del grupo de los mayores. El pasado día 10 de abril, cuando caminaba por la calle de su ciudad, se cruzó con un grupo de jóvenes que marchaban camino de la mezquita.
Le invitaron a acompañarles. Educadamente, se negó, él, era cristiano.
Uno de los muchachos se encolerizó, intentó obligarle a que renunciara a su fe. Nauman, tranquilo y serio, se negó.
Uno de los muchachos comenzó a golpearle. En la mano de otro, apareció una lata de gasolina. La vertieron sobre el joven y prendieron fuego. Alguien llamó a una ambulancia.
El pasado día, 15 de Abril de 2015, tras haber perdonado a quienes le habían causado la muerte, con el cuerpo prácticamente abrasado por el fuego, en el Hospital Mayo de la ciudad de Lahore, moría una persona a quien, por culpa de sus creencias, le habían impedido crecer.
En mis viajes he conocido y charlado con muchos musulmanes, todos ellos eran pacíficos, amables y serviciales. Deseaban conocerte y que les conocieras. La naturaleza humana es extraña, determinados talantes no dejan de sorprendernos. A veces, los hechos se hacen increíbles y los comportamientos, inexplicables. La realidad se nos antoja imposible. Nada hay más injustificable que acabar con la vida humana o tal vez sí: acabar con la vida humana de un justo. Mateo 12- 18 a 21, cita a Isaías:
“He aquí mi siervo, a quien he elegido,
mi amado, en quien se complace mi alma;
pondré mi espíritu sobre él
y proclamaré la justicia a las naciones.
No disputará, no dará voces,
ni oirá nadie su voz en las plazas.
No quebrará la caña cascada
y no apagará la mecha humeante
hasta que haga triunfar la justicia.
Y en su nombre esperarán las naciones.”