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Un deseo para el nuevo año

En ocasiones, sucede que pensando y dándole vueltas a las diferentes alternativas que se presentan ante nosotros, nos quedamos quietos, como paralizados, sin ser capaces de elegir ninguna de ellas. Esa actitud de quietud nos convierte en espectadores. Es como si pretendiéramos volar sobre los acontecimientos, como si los hechos no fueran con nosotros.

A veces, pienso que el mundo en el que vivo no me gusta demasiado, que desearía cambiar muchas de las cosas que habitualmente nos rodean. Y en esos pensamientos, seguidos de detallados planes, consumo mi tiempo. Nunca he logrado llegar a concretar las acciones que realizaría para mejorar mi mundo, la crítica siempre es más sencilla que la acción.

Hemos construido espacios estancos en nuestro entorno. Lugares en los que, permanentemente, se busca, hacerlo mejor, más barato y en menos tiempo. Lo de menos es el qué hacemos, el para qué lo hacemos y el por quién lo hacemos.

El trabajo, como bien social, desaparece a nuestro alrededor y con él, el bienestar. Consideramos que el “pleno empleo” es un estadio inalcanzable en el porvenir. El cambio de paradigmas sociales nos ha cogido a contra pié. El mundo, nuestro mundo, se ha modificado sin que, apenas,nos diéramos cuenta. Cada vez resulta más frecuente que la pobreza se convierta, de situación puntual, en característica permanente. Es como si todo aquello que consideráramos normal fuera desapareciendo de nuestro entorno. La certeza no existe, sólo una probabilidad de que determinados acontecimientos, sucedan.

El fin de nuestras vidas

Hemos trocado la curiosidad por el miedo.

Me niego a aceptar que “el ser humano nace para aguardar su muerte”. Que el orbe es un lugar para padecer, y penar. Que el sufrimiento forma parte de la existencia humana.

Creo que debemos intentar que el futuro sea un lugar maravilloso, justo, amable, una oportunidad para gozar de la felicidad.

Resulta, relativamente sencillo, hablar, comentar, criticar u opinar, sobre los sucesos del mundo exterior, mucho más complicado es reflexionar sobre lo que acontece en nuestro interior.

De nuestras decepciones, de los fracasos que tenemos, de nuestra incompetencia, de los sueños incumplidos, de las decisiones equivocadas... Esos pensamientos afectan a nuestro orgullo, a la opinión que tenemos de nuestras capacidades y aptitudes.

No aceptamos nuestra responsabilidad en la situación de nuestra sociedad. Huimos del hambre y de la miseria porque ambos nos recuerdan nuestros errores.

A veces, es bueno sentarse bajo el quicio de la puerta y mirar hacia nuestro exterior y hacia nuestro interior:

Se sientan en tierra mudos los ancianos de la hija de Sión;

han arrojado polvo sobre su cabeza, se han ceñido sacos,

han inclinado a tierra su frente las vírgenes de Jerusalén.

Se van en lágrimas mis ojos, han hervido mis entrañas;

derramo por tierra mi hiel por el quebrantamiento de mi pueblo,

viendo languidecer a niños y lactantes en las plazas de la ciudad.

Dicen a sus madres:”¿Dónde está el pan y el vino?”[i]

Nuestro fin: buscar a Dios

¿Es posible recobrar la paz que permita lograr un desarrollo equilibrado que haga felices a quienes nos rodean? ¿Qué el miedo deje paso a la concordia y la violencia al amor?

Los crueles ataques que está padeciendo nuestra Sociedad Occidental deben hacernos pensar en la naturaleza humana. En los comportamientos de los que es capaz el hombre, cuando desata su ira. Porque es la ira la que promueve la violencia asesina en las personas, que antes eran normales. La ira que habita en el interior de las personas.¿Quién de entre nosotros no se ha dejado llevar alguna vez por la ira? Esa fuerza incontrolable que, enemiga del orden, arruina la vida humana.

Siempre me he negado a aceptar el término de “Ira Divina”, porque creo que la ira es la fuerza que hace que el ser humano pierda su razón y su equilibrio para convertirse en un ente irracional. No creo que Dios pueda alejarse de la razón, porque Él, es razón y amor.

Buscar el mal, como objetivo, no es propio de personas que poseen una cultura y una civilización, pero sobre todo, es inaceptable, hacerlo en nombre de Dios.

Y hoy en día, en muchos lugares de la Tierra, se mata en nombre de Dios.

No hay día, en el que no nos levantemos sin saber que, en uno u otro lugar, han sido asesinados unos inocentes que sólo cometieron el crimen de encontrarse en el lugar equivocado en el momento más inoportuno.

Desde hace mucho tiempo nos hemos habituado a vivir con la falta de misericordia y con la injusticia. Como si fuéramos hijos del desierto, nuestro corazón se ha secado. Nos hemos hecho indiferentes ante la desgracia de nuestros semejantes, considerándola un mal necesario.

¿Necesario, para qué, para quién?

Creo que llorar es necesario, pero, después de llorar es preciso levantarse y salir a construir un mundo mejor, en el que todos quepamos. Un mundo regido por el amor y la misericordia.

Que este año que está comenzando, sea el año en el que la Tierra recobre su equilibrio y con él, la paz y la justicia.

 

 


[i]       Lamentaciones de Jeremías. Elegía II. 10-12