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La Cruzada del amor

San Antonio, por los tiempos que vivió, fue un hombre de la Edad Media. Los años de su existencia transcurrieron en tiempos de cambio. A punto de finalizar el período de la Alta Edad Media, Europa caminaba hacia una etapa más tranquila, la Baja Edad Media. Los cambios llegan de grandes dudas y de crisis, tanto espirituales como materiales.

Si en el año 1000, el viejo Continente se halla acosado por vikingos, mahometanos,  húngaros o los bizantinos. En el 1300, Europa se ha convertido en un espacio capaz de defenderse y organizarse. Un lugar en el que los comerciantes, resueltos algunos de los  problemas del pasado, organizan expediciones apasionantes. De ellas, regresan cargados de mercancías exóticas que iluminan los mercados de las ciudades. No todo es perfecto, a veces, el poder terrenal pugna con el espiritual. San Antonio conocerá el enfrentamiento entre el rey de Portugal, Alfonso y el Papa, Inocencio III. El prior de Coímbra será expulsado por apoyar al monarca.

Las grandes ciudades de esa nueva Europa bascula sobre el eje establecido entre el mercado y la catedral.

Algunos pensadores identifican el cuerpo humano con la sociedad. La cabeza es el rey, los pies, los artesanos y los agricultores. Fuera de esa sociedad estamental, están los esclavos y los siervos. Algunos defienden que carecen de alma.

Las innovaciones han hecho evolucionar la producción agrícola de forma significativa.  Se habla de la revolución agrícola. Los mercados se llenan de alimentos a los que no todos pueden llegar.

Residuo del pasado, algunas herejías tienen un inusitado éxito en determinadas regiones. Una de ellas, los albigenses o cátaros, mezcla de revolución y falsas creencias, se asentarán en el sur de Francia.

La llamada del Señor

De familia Aristócrata, hijo de Martim de Alfonso y de María Taveira, Fernando Martim de Bulhöes e Taveira Azevedo, nace el año 1195, en Lisboa. Parece que en el barrio lisboeta de la Aljama. Se educa en la escuela catedralicia y goza de una infancia propia de la gente adinerada.

Cuando aún no ha dejado de ser adolescente, siente la llamada del Señor e ingresa en la abadía agustina de San Vicente, situada a las afueras de Lisboa.

Como muchos otros jóvenes, se siente descontento con cuanto le rodea. Le llama la atención la pobreza de algunas personas y la usura y desmedida ambición de otras. Estudia los escritos de Agustín de Hipona, Gregorio Magno y Bernardo de Claraval. Su ansia de conocer, le lleva a compaginar los padres de la Iglesia con los clásicos latinos. Se adentra en la obra de Ovidio y Séneca. Le hablan de la biblioteca de monasterio agustino de Santa Cruz, en Coímbra. En 1210 parte hacia la bella ciudad en busca de más saberes. Se fija en cuanto sucede a su alrededor y poco a poco va formando una opinión del mundo, de su mundo. Estudia la Biblia.

En Coímbra existe un pequeño y austero convento de franciscanos. A finales de 1219, Fernando, entra en contacto con ellos. El año siguiente se entera de que han tenido que repatriar los cuerpos de cinco eclesiásticos. Tres sacerdotes (Bernardo, Pedro y Otón) y dos legos (Arcursio y Ayuto), asesinados en Marruecos. El suceso genera incomprensión y dolor en Fernando. Decide cambiar de orden, incorporarse a los franciscanos y pedir que le permitan marchar a Marruecos. Predicará la palabra de Dios y si es preciso, se convertirá en mártir.

Su claridad sorprende a quienes le escuchan

A partir de ese momento se llamará Antonio. El nombre elegido es un homenaje a San Antonio Abad. En Marruecos comienza a predicar la palabra de Dios con encomiable amor. En invierno de 1220 contrae la malaria y debe ser repatriado con urgencia.

Piensa en llegar en barco a las costas de España y de allí, pasar a Portugal. Una tremenda tempestad desvía la embarcación a la isla de Sicilia.

Es destinado a Montepasolo, pequeña localidad cercana a Forli.

Curado de su enfermedad, por casualidad, se le encomienda predicar en la catedral de Forli. No ha podido preparar nada, pero sus conocimientos y la claridad con la que se expresa, sorprenden a quienes le escuchan. A partir de este momento se le encarga predicar en los lugares más comprometidos de Francia e Italia. Predica contra los Albigenses y funda un convento en Brieve.

El 3 de octubre de 1226, tiene que viajar a Asís. Más 3.000 frailes se reúnen en Capítulo General de la Orden. Ha muerto San Francisco y deben elegir a su sucesor.

El 30 de mayo, el capítulo elige a Juan Parenti, quien le nombra provincial de la Romaña.

En 1230, aquejado de hidropesía, solicita se le permita retirarse y dedicarse a la oración. El 13 de junio de 1231, murió, en Camposampiero.

No había trascurrido un año desde su desaparición cuando fue canonizado por Gregorio IX, quien le llamó: “Arca del Testamento”. León XIII, le definió: “el santo de todo el mundo”, Pío XII, le nombró “doctor de la Iglesia” y el Papa Francisco, afirmó, el 20 de abril de 2016, que era, “vínculo entre la fe, el amor y la gratitud”.