Dan Solemnes las doce en la torre del Miguelete. Como cada jueves, en presencia de los doce apóstoles que guardan esta puerta lateral de la Santa Iglesia Catedral, se forma el Tribunal de las Aguas de la Vega de Valencia.
El Alguacil, que porta un arpón de latón dorado, con el que se administraba el riego levantando o bajando las compuertas, con la venia del presidente ha llamado a los denunciantes.
Comparecen a exponer sus quejas acompañados del guarda de la acequia, al que vemos pidiendo espacio a los asistentes y curiosos que se han congregado.
El tribunal, formado por siete síndicos, uno por acequia, con fama de “hombres buenos” y elegidos por los labradores, toma asiento en un banco de madera, a la izquierda del portal.
El juicio es oral e, íntegramente, en lengua valenciana. Para asegurar la imparcialidad, en la deliberación no interviene el síndico de la acequia a la que pertenecen los litigantes.
En voz baja y al oído, el presidente contrasta ahora su parecer con uno de los síndicos, antes de dictar sentencia. Sólo se establece la culpabilidad o inocencia del denunciado, pues las penas, según la infracción cometida, figuran en las ordenanzas de cada acequia.
Los labradores de la huerta valenciana siempre han respetado las decisiones del tribunal, que nunca ha precisado de la fuerza para hacer cumplir sus sentencias.
Es la fuerza de la tradición, que mana de las sabias y milenarias costumbres regionales tan amenazadas hoy por la intromisión absurda de las normativas de la globalización europeísta.
Berbardo Ferrándiz, (Cañamelar, 1835 – Málaga 1885). Es considerado uno de los pintores valencianos más importantes de su época, junto a Sorolla o Degrain. Comenzó su carrera artística en París, en 1860, y pronto se convirtió en el más famoso pintor español en activo antes de la llegada de Fortuny. “El Tribunal de las Aguas” lo pintó durante su beca en París, bajo la dirección de Duret, su profesor y lo presentó en la exposición Universal de 1864. Adquirido por el gobierno de Napoleón III, Ferrándiz se sintió en la obligación de realizar una réplica de la misma para entregarla a la Diputación de Valencia que había financiado sus estudios. Vivió 17 años en Málaga, donde murió y está considerado como uno de los impulsores de la escuela malagueña de pintura.