En Párís se respira un ambiente marcadamente anticatólico. Ya en sus inicios como estudiante universitario se adivina su espíritu luchador e idealista, erigiéndose como una de las principales figuras representativas de los jóvenes católicos ante los ataques indiscriminados de parte del profesorado en la Universidad de la Sorbona, lugar en el que Ozanam estudió leyes y que, años más tarde, se convertiría en su centro de trabajo, ejerciendo como profesor; primero en la facultad de Letras y, posteriormente, en la Cátedra de Lenguas Extranjeras.
La espiritualidad viva de Ozanam le empuja a actuar, no concibe la pasividad o el conformismo como expresión de queja ante una situación adversa. Él, en lugar de esconderse ante la dificultad, encara el conflicto con la ayuda de la fe y un comportamiento congruente.
En un momento en el que el catolicismo estaba denostado y perseguido, Ozanam opta por ser honesto con sus sentimientos y con su creencia religiosa, invitando a los jóvenes como él a “salir de la indiferencia religiosa” y a ser agentes de cambio de su tiempo: “no reneguemos del siglo en el que nos ha tocado vivir. La misión de un joven hoy en la sociedad es bien grave e importante… Me alegro de haber nacido en una época en la que quizá tenga que hacer mucho bien”.
Por lo tanto, Ozanam demuestra un fuerte compromiso social, pese a su temprana edad, y una total congruencia de vida, que conlleva integridad y veracidad en sus palabras y actos. Ozanam era un “indignado” de su tiempo pero supo aplicar sentido y acción a su disconformidad. No es sólo un ideólogo, no se queda en la queja, también sabe hacer realidad los sueños y buscar un cambio social positivo.
Junto a sus más cercanos amigos, Ozanam participa de las denominadas Conferencias de Historia, foros abiertos a los jóvenes estudiantes parisinos en los que compartían sus inquietudes e intercambiaban opinión sobre campos como la filosofía, literatura, economía, geografía e historia. Durante una de estas reuniones, Juan Brouet, estudiante que se manifestaba no creyente, increpó a Ozanam y a otros que como él defendían la religión católica, comentándoles que no veía muestras de una Iglesia “activa” que tomara iniciativas para paliar la pobreza y la miseria de su tiempo: “vosotros que os gloriáis de ser católicos, ¿Qué hacéis?”.
Ante esta manifestación, Ozanam y sus compañeros, lejos de excusarse, reflexionaron. Brouet tenía razón, ellos mismos no daban respuestas directas a las necesidades que veían en las barriadas más pobres de Paris y, Ozanam, en conversación con su amigo Le Taillandier, comentó: “es verdad, dejémonos de discursos bonitos. No hablemos tanto de caridad. Hagámosla”.
El paso de la “teorización” de la fe a la aplicación de ésta hacia las personas más vulnerables significan el inicio de la Sociedad de San Vicente de Paúl, Entidad de orientación católica que surge de un grupo de seis jóvenes que deciden pasar a la acción ante las situaciones de pobreza y marginación, “socorriendo al pobre como lo haría Jesucristo y poniendo su fe bajo las alas protectoras de la caridad”. Este “grupo fundacional”, del que Ozanam formó parte, fue la semilla de lo que hoy día es una Institución con presencia en 144 países, 700.000 socios, más de 1.5 millones de colaboradores y que ayuda a más de 37 millones de personas en todo el mundo.
Para llevar a cabo esta acción de caridad organizada y dedicada en cuerpo y alma a las personas más vulnerables, Ozanam y sus compañeros no se lanzan sin más a las calles de París sino que, conscientes de la importancia de realizar bien su labor, o como dijo San Vicente de Paúl, de “hacer bien el bien”, se acercan a Sor Rosalía Rendu, Hija de la Caridad que les instruye en el trato y servicio a las personas más necesitadas. Ozanam, al igual que sus compañeros, no piensa en una ayuda superficial, sino más bien en un acompañamiento cercano y personal que propicie el cambio positivo y regenerador en la persona atendida, en el hermano.
De hecho, en uno de sus artículos más conocidos, Ozanam describe dos tipos de asistencia, “la que humilla al atendido y la que le honra”, definiendo la primera como la puramente asistencial, “cuando no se preocupa más que de los sufrimientos de la carne, el grito del hambre y del frío, lo que da lástima, lo que se asiste hasta en los animales… La asistencia humilla cuando no hay reciprocidad”. Y la segunda, la que honra, como la que “toma al hombre en su parte superior, se ocupa, en primer lugar, del alma, de su educación religiosa, moral y política, de todo lo que le hace libre y, lo que le puede hacer grande… Entonces la asistencia se hace honrosa, puesto que puede convertirse en algo mutuo, puesto que todo hombre que da una palabra, un parecer, un consuelo hoy, puede tener necesidad de eso mismo mañana”.
Por lo tanto, Ozanam promulga la atención a la persona más vulnerable desde la igualdad, desde el convencimiento y el ejercicio de humildad de saberse pobre en cualquiera de nuestras muchas limitaciones humanas, entendiendo que no es suficiente paliar los males del ser humano a golpe de pan y agua, sino que el alimento que muchas veces falta es intangible, el que no se soluciona a base de dinero, de limosna, sino que requiere de la implicación personal, del amor y de la preocupación real por el Otro: “No se habrá hecho nada hasta que no se vaya a buscar las causas y los enemigos de la felicidad del hombre, no en el exterior sino en el interior, hasta que la luz y las reformas no lleguen a esos desórdenes interiores que el tiempo no repara, y que son más incurables que las enfermedades, más duraderos que los paros, y que seguirán multiplicando el número de indigentes…”
Juan Pablo II, en la homilía de beatificación de Ozanam, en el año 1997, comenta que es “un precursor de la doctrina social de la Iglesia que el Papa León XIII desarrolló algunos años más tarde en la encíclica Rerum novarum” y que Ozanam “observa la situación real de los pobres y busca un compromiso cada vez más eficaz para ayudarles a crecer en humanidad, comprendiendo que la caridad debe impulsar a trabajar para corregir las injusticias. La caridad y la justicia están unidas. Ozanam tiene la valentía clarividente de un compromiso social y político de primer plano”.
Es importante puntualizar que Ozanam distingue entre el término de justicia, que lo contempla desde un planteamiento o concepto más cercano a lo humano, y el término caridad, que observa desde la fe. Para Ozanam, la búsqueda de la justicia es un deber de todo hombre que debería estar plasmado en todas las sociedades y culturas, pero, ante las limitaciones del ser humano, incapaz muchas veces de procurar esta justicia social, la caridad, apoyada fuertemente en Dios, en lo que él denomina “la búsqueda de la Verdad”, debe arropar estas limitaciones que llenan de desigualdad nuestras relaciones sociales: “El orden de la sociedad reposa en dos virtudes: justicia y caridad. Pero la justicia supone mucho amor; puesto que hace falta amar mucho al hombre para respetar sus derechos, que lindan con los nuestros, y su libertad que molesta la nuestra. Sin embargo, la justicia tiene sus límites; la caridad no los conoce”.
Ozanam, tanto en su pensamiento como en la acción social, defendía la igualdad, plasmada en la democracia, “los derechos naturales del hombre y de las familias” y la importancia de la “libertad de las personas, de la palabra, la enseñanza, la asociación y el culto”. Es pues un católico convencido pero no un fanático coercitivo. La libertad personal y el respeto a otras culturas y creencias son compatibles con su deseo evangelizador, que nunca debe ser forzado o presentado en momentos inadecuados: “Introduzcamos la religión en nuestras relaciones sólo en el momento que sea naturalmente evocada… temamos que un celo impaciente de hacer cristianos no haga sino hipócritas”.
Su amor al ser humano, al prójimo, le ayuda en su visión de la promoción social. Ya en 1848 imagina los comedores sociales de su época como un lugar idóneo para el aprovechamiento formativo, como anticipo de lo que hoy día denominamos talleres ocupacionales: “Vais a abrir al pueblo de París un cierto número de lugares públicos donde se calienten los pobres. Es una medida de beneficencia, ¿pero habéis pensado en el empleo de esas largas tardes?… ¿aprovecharéis este privilegio que se os da de reunir a los hombres para ocuparlos honorablemente, para instruirlos, para devolverles a sus casas más ilustradas y mejores?
También predice la necesidad de ampliar, de dotar de más medios a la enseñanza pública, sabedor de que la reinserción plena de las familias más vulnerables o humildes pasa por la formación y el empleo de las generaciones venideras, rompiendo la cadena de la pobreza: “Aunque el hijo del obrero después de tres años salga laureado de la escuela cristiana, su educación no está terminada. Quisiera seguirle en un establecimiento con un maestro de aprendizaje, abrir escuelas nocturnas, dominicales, e inaugurar en los barrios de París tantos Centros de Artes y Oficios, tantas Sorbonas populares como fueran necesarias, para que el hijo del obrero encontrara como los hijos de los médicos o de los abogados, el tesoro de una enseñanza superior”.
Quizá podamos pensar que estos dos ejemplos concretos sobre la preocupación de Ozanam por la formación y la igualdad de oportunidades son temas ya superados por nuestras avanzadas sociedades europeas pero ya se ha visto, a modo de ejemplo, como con los primeros envites de la crisis económico-financiera algunas medidas políticas dificultan el acceso a la formación universitaria de las personas con menor capacidad económica así como los importantes recortes sufridos en Educación.
Si trasladamos este debate a la realidad de los países en vías de desarrollo, muchos de ellos todavía atienden la necesidad básica, obviando la dimensión formativa y el alimento espiritual de la población, por no hablar de las veces que atendemos, desde nuestras “orgullosas” naciones desarrolladas, las llamadas de “emergencia solidaria” hacia territorios empobrecidos y especialmente dañados por crisis nutricionales o catástrofes naturales, apagando fuegos pero dejando los rescoldos para un nuevo desastre, manteniendo vivo al enfermo sin otorgarle el tratamiento que le daría ladignidad que se merece y la dimensión humana que se compone del alimento del cuerpo y del alma.
Todas las reivindicaciones y acciones que hemos enumerado hasta ahora, toda la corriente de pensamiento y labor que afloró en Ozanam, partió de la asunción de un papel muy concreto y bien definido. Estamos hablando de uno de los legados más importantes que nos deja la personalidad de Ozanam y que de forma práctica perdura actualmente dentro de la Sociedad de San Vicente de Paúl, la importancia del papel del laico en la Iglesia.
En uno de sus textos, Ozanam comenta que “el seglar se encuentra asociado al sacerdote en la obra de la redención universal”, apostando por una participación activa en la Iglesia, concebida como algo de todos y para todos, no exclusivo o excluyente de la Jerarquía, sino una Iglesia que se mueve al son de los corazones laicos y consagrados, un lugar abierto en el que todos tenemos mucho que dar. De hecho, la Sociedad de San Vicente de Paúl, desde sus orígenes, está pensada por y para el laico que desea vivir su fe en la ayuda a los más necesitados: “Será profundamente cristiana pero a la vez será absolutamente laical” Ozanam se siente Iglesia como bautizado y cree en la misión evangelizadora que cada individuo tiene encomendada. Su convicción, su apuesta por la participación activa de los laicos en la Iglesia Universal, se ha visto posteriormente reforzada por el desarrollo de los acontecimientos. Un siglo después de las manifestaciones de Ozanam sobre la importancia del papel del laico, el Concilio Vaticano II diría que “Los seglares deben completar el testimonio de su vida con el testimonio de la palabra. En el campo de trabajo, de profesión, de estudio, de la vivienda, del descanso o de la convivencia, son más aptos los seglares que los sacerdotes para ayudar a sus hermanos, porque muchos hombres no pueden escuchar el Evangelio ni conocer a Cristo más que por sus vecinos seglares…” Es decir, los laicos se introducen en el tejido social como hombres y mujeres que viven dentro de su propia realidad y llegan, con su palabra y obra, a todos los rincones, incluidos los más sombríos, para llevar la palabra de Dios.
Quizá esta visión de la importancia del laico dentro de la Iglesia tenga mucho que ver con la actividad de Ozanam dentro de la Sociedad de San Vicente de Paúl. El contacto directo con la necesidad, el acercamiento personal a la familia y la relación de estrecha amistad con las personas que más sufren, le hizo consciente de la importancia de llevar la esperanza cristiana a estos hogares, de acercarles al Cristo sufriente que tanto defendió y amó a los más pobres y enfermos y al Dios misericordioso que todo lo puede.
Su visión “profética” sobre la universalidad de la Iglesia y el papel crucial del laico en la misma no es el único pensamiento en el que Ozanam se anticipa a sus tiempos. También fue capaz de visualizar la problemática de la pobreza del hombre de forma globalizada, tal y como la vemos nosotros ahora, comentando que “La caridad no puede ser totalmente asumida por el Estado porque es más grande que él” , siendo consciente de la responsabilidad que cada individuo tiene sobre el prójimo, sabiendo que la pobreza es, tanto en su tiempo como ahora, producto de nuestro propio egoísmo y limitación, fracaso de toda la humanidad: “No hagamos a las clases que sufren responsables de sus males y no fomentemos la insensibilidad de los malos corazones que se creen dispensados a socorrer a los pobres porque los creen culpables”.
Hoy día, la pobreza lejos de ceder se acrecienta y es uno de las grandes decepciones de nuestro tiempo. Los aparentemente “inalcanzables” Objetivos del Milenio son muestras del egoísmo y la demagogia de nuestro mundo. Del mismo modo, las leyes del mercado capitalista han fraguado unas relaciones de desigualdad entre países pobres y ricos, o mejor dicho, entre países empobrecidos y enriquecidos, que denotan el interés del mundo desarrollado por mantener esa hegemonía de poder que aumenta la pobreza y la desigualdad. Ozanam advierte de nuevo sobre la necesidad de situar el origen de la pobreza en su lugar: “Dios no crea a los pobres, es la voluntad humana la que crea a los pobres”. Para reforzar esta premisa, podríamos citar a Concepción Arenal en su obra “El visitador del pobre”: “¿Los pobres serían lo que son si nosotros fuéramos lo que deberíamos ser?”
La visión de la pobreza y la desigualdad es para Ozanam motivo más que justificado para la intervención social de los católicos, que no pueden permanecer al margen e impasibles ante estas realidades, tomando un papel mediador dentro de la sociedad en que vivimos. Los católicos debemos ser “el calor vital de una tierra que se enfría”.
Ozanam vivió en una época revuelta y difícil, similar en cierta manera al actual panorama político, económico y financiero. Valga de muestra esta frase que rescatamos de él, escrita en 1836 y que podría tener toda su validez hoy: “Hay muchos hombres que tienen demasiado y quieren tener aún más; hay otros que no tienen bastante, que no tienen nada y que están dispuestos a arrebatar si no se les da…Nuestro título de cristianos hace obligatorio ese papel mediador”. De hecho, la crisis económico-financiera de nuestro tiempo es, realmente, una crisis de valores en la que los católicos deben esforzarse por restablecer el orden espiritual y moral necesario para la buena convivencia y el respeto al ser humano a través de nuestro comportamiento, de nuestro ejemplo basado en nuestra fe.
El papel mediador debe complementarse con la presencia pública de los católicos en los medios de comunicación y en la vida política. Ozanam no dudó ni por un instante en la necesidad de participar activamente en la vida pública de su tiempo. De hecho, y como plataforma de evangelización y comunicación del sentimiento y de los valores católicos funda el periódico L´Ere Nouvelle, a través del cual fomenta una corriente de opinión católica y de marcado contenido social, afianzando el lugar del católico siempre del lado del más débil.
Ozanam es por tanto un adelantado de su tiempo, un hombre que, desde temprana edad, tiene la visión de un mundo distinto y la necesidad de ir hacia él. Un lugar en el que no hubiera diferencias sociales y en el que los seres humanos atendiéramos nuestras debilidades y pobrezas como verdaderos hermanos.
Con la intención de seguir los pasos de Cristo, Ozanam procuró, con todas sus fuerzas, ser un buen esposo y padre de familia, un buen profesional y una persona comprometida con las personas más vulnerables de su tiempo, siendo capaz de pasar de la preocupación a la acción, materializando en proyectos concretos los sueños encaminados hacia una sociedad mejor, en la que todo hombre tuviera la oportunidad de conocer a Dios. Es además, y particularmente, un ejemplo para la juventud, a la que pretende despertar de su letargo y en la que pueden reflejarse muchos chicos y chicas de nuestro tiempo que, cansados de buscar la felicidad en el lugar equivocado, puedan seguir sus pasos a través del esfuerzo y del compromiso, incentivando la “búsqueda de la Verdad” en sus corazones e invitándoles a perseguir sus sueños. El de Ozanam era el de “encerrar al mundo en una red de caridad”.