Animado por este hecho transcribo alguna de las ideas que fueron parte del contenido de la primera sesión por si pudiera servir a alguien a la hora de educar a sus hijos.
P Ningún oficio, arte o profesión, se basa sólo en la inspiración y la intuición. Conlleva también instrucción, formación y desarrollo. ¿Tengo presente como padre, como madre, mi mejora personal para educar a los hijos?
P La rutina y la precipitación son los peores enemigos para “caer en la cuenta” y anulan cualquier posibilidad de ponernos en disposición de ayuda. Además, nos sumergen en un paisaje monótono y uniforme que hace que vivamos instalados en el atolondramiento.
P Una pregunta que pone luz sobre mi dedicación a los hijos: ¿les atiendo en todo momento o sólo cuando crean problemas?
P Se nos ha dado el ser, pero no el hacer-se. Y hacerse conlleva tener oportunidades de hacer y que alguien aporte una ayuda con buenas asistencias.
P En la tarea de educar a los hijos la mujer tiene un estilo más relacional. El estilo del hombre, en cambio, tiene un sentido más práctico. Por eso es un error la postura de un padre que elude su responsabilidad educativa diciendo “yo delego en mi mujer”. Esta posición, cuando menos, priva a los hijos de su aportación psicológica que es fundamental.
P A la hora de educar es más importante nuestra manera de ser y actuar que los conocimientos teóricos que se tengan. Y, al mismo tiempo, hemos de ser conscientes de que la espontaneidad y el “bote pronto” como norma, no son buenos criterios para educar.
P Hay dos tipos de personas: las que son consecuencia de lo que la vida les da (aquellas que se dejan llevar) y las que arrebatan a la vida lo que ellas quieren ser (personas con iniciativa). Son estas quienes viven su vida en clave ilusionada.
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