Se ha formado un conciliábulo entre notables de una aldea alemana de principios del siglo XX.
Metidos en la conversación desde hace rato, el pintor les sorprende en un instante de silencio formado en parte por la reflexión y por el cansancio.
Todos callan. No es un silencio mudo, ni un silencio que indique que quieren dar por terminado el asunto. Por el contrario, están ahí, sentados, conscientes de que, con intervalos como ese, es probable que la reunión se prolongue, amparada en el sosiego de la aldea.
Están debatiendo temas locales. Lo sugiere el título que el autor ha dado al cuadro. La conclusión a la que lleguen será aceptada por todos los vecinos. Es un tipo humano que sabe discordar para concordar.
Su primitivismo cultural raya en el analfabetismo, tal vez alguno de ellos no sepa escribir ni leer, pero todos saben, a su modo, observar, reflexionar, discordar y, por fin, concordar.
Por la serenidad de sus fisonomías, vemos que saldrá un acuerdo sólido y estable para satisfacción general en la aldea.
¿Opinión pública? Sí, porque empieza por ser opinión. Basta examinar cada fisonomía para darse cuenta de que cada uno tiene sus propias opiniones, y sobre todo, el hábito de formárselas. Opiniones que no son prefabricadas por los periódicos o la televisión, como en esos programas-debate en los que una clac escogida, en el plató, aplaude, se calla o protesta siguiendo las señas del realizador. (Muy “espontáneo” todo, ¿verdad?)
Aquí, uno lee, los otros miran, todos reflexionan. Escena digna de admiración.