Han aprendido el tiempo exacto que tardan sus padres en enfadarse lo suficiente como para obligarlos a obedecer. También saben cuándo sus padres, probablemente, desistirán y harán por sí mismos la tarea que les había sido encomendada.
Ayudar a los hijos a madurar conlleva orientar y corregir. Corregir, es una de las tareas más cruciales que los padres tienen mientras ayudan a madurar a los hijos. De ahí, la importancia que tiene el cómo hacerlo.
Hemos señalado, más de una vez, la conveniencia de estar serenos, calmados, cuidar el tono de voz, evitar los gritos y las malas formas cuando se tiene que mandar tareas a los hijos o recordarles el cumplimiento de sus encargos y trabajos en casa. A medida que crecen tienen más capacidad y se les debe dar gradualmente más responsabilidad para llevar a cabo sus encargos y tareas. Una vez que conocen su encargo, hay que asegurarse de que saben cómo han de hacerlo y, posteriormente, no olvidarse de supervisar para asegurarse de que lo propuesto se ha realizado bien.
Si en la supervisión se comprueba que lo encomendado no está bien hecho, hay que hacérselo ver y este es un momento clave, porque el objetivo es hacérselo ver. No es bueno utilizar la ironía, la queja o un tono de enfado. Recomiendo decirle a él, a ella: “habíamos quedado en que ibas a recoger tu habitación, si necesitas ayuda, dímelo” o “estamos esperando en la mesa para cenar”. Por supuesto, esto hay que hacerlo estando delante de él, de ella o de ellos, mirándoles a los ojos y con un tono de voz normal. Esto es capital: la forma en que unos padres se muestran delante de los hijos (serenos, nerviosos, enfadados, desconcertados…) cuando les dicen las cosas, transmite confianza y seguridad o desconfianza e inseguridad en los hijos.
Los hijos no miden el cariño de su padre o su madre, por el número de síes o noes que hayan recopilado a lo largo del día, sino por el buen criterio que utilizan cuando dicen sí o no en la convivencia de cada día.