ANTES de empezar la clase, Antes de empezar la clase, la mayor reza la oración de la mañana con sus compañeros. Fresco y húmedo, el aire entra por la ventana, abierta de par en par. De fondo, el canto de los gorriones que revolotean entre las ramas del frondoso platanero del patio.
Los pequeños acompañan la oración con fervor inocente y, a veces, distraído.
Un cierto desconcierto aflora en sus rostros... La religiosa que se encargaba de la educación primaria en la aldea ha sido expulsada, en nombre de la libertad y la fraternidad, al igual que miles de otros educadores cristianos, curas y monjas, por las leyes anticatólicas del “laico” y “aséptico” Estado francés.
De vuelta al colegio, en la primera mañana del curso, los niños le han preguntado al maestro: “¿No rezamos? La hermana siempre empezaba la clase con la oración...”
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En mi época, la mañana comenzaba con las tres avemarías, seguidas de una breve explicación de la “máxima” del día, generalmente alguna frase relativa al santo del día. ¡Qué imposición!, dirán ahora los intolerantes adoctrinadores de la descristianización. Hasta el simple e inerte crucifijo sobre la pared del aula les molesta y quieren retirarlo.
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Este es uno de los últimos cuadros de Jean Geoffroy. Lo pintó poco antes de saber que se aproximaba su muerte. Con él, parece dar testimonio de la fe viva que nunca le abandonó.