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Centenario

Escritor

Pero la tierra vino en ayuda de la mujer, pues abrió su boca y absorbió la riada que el dragón había arrojado de su boca. El dragón se enfureció contra la mujer, y se fue a hacer la guerra contra el resto de su descendencia, contra los que observan los mandamientos de Dios y mantienen el testimonio de Jesús…”[i]  El ser humano y la conflagración han estado unidos desde el momento en el que unos pastores decidieron arrancar, por la fuerza, los frutos que almacenaban los agricultores. A partir de este momento la guerra se convirtió en estigma, carente de humanidad, pero, definido como inexcusable, para alcanzar determinados objetivos que beneficiaban al grupo que propendía el uso de la violencia. De esta manera el enfrentamiento cobró carta de naturaleza entre los humanos.

En el Deuteronomio[ii], Moisés convoca a los hebreos, para marchar a la lucha contra los anaquitas, avisándoles que no se dejen enorgullecer por su éxito, únicamente causado por la iniquidad de sus rivales. Con estas palabras, se establece la línea divisoria entre la guerra lícita y la ilícita[iii]. Tema éste que sumará, a lo largo de la Historia, miles de páginas redactadas por ilustres tratadistas.

Siglo XX – I Guerra Mundial

El siglo XX ha sido en el que más sangre humana se ha derramado sobre la tierra. Desde su inicio, comenzaron las potencias a establecer las bases tecnológicas, sobre las que se basaría el gran enfrentamiento que dio en llamarse: I Guerra Mundial. Puede que muchos pensaran que si incrementaban sus armas el enemigo evitaría la contienda. Para Gran Bretaña y Francia, el enfrentamiento debía evitarse por todos los medios posibles. Para Alemania, la guerra formaba parte de su estrategia expansiva. En los años, que precedieron a la contienda Alemania pasó de ser una nación agrícola a convertirse en una de las grandes potencias industriales de Europa.

Cada uno de los futuros contendientes estaba convencido de que su capacidad bélica era superior a la del enemigo. Consecuentemente, el choque era cuestión de tiempo. A partir del primer día de agosto de 1914, millones de europeos, vestidos de soldados, se desplazaban por todas las carreteras y caminos de la Europa Central y del Este. 

La visión de aquel espectáculo es tenebrosa[iv]. El inicio del combate, brutal. Los ejércitos contendientes se enfrentan, contra quienes se hallaban en el bando enemigo, como si la conflagración fuera a durar un solo día. Un día eterno de sangre, hambre, barro y miseria. Una lucha sin límites, ni temporales, ni geográficos, ni éticos. El ser humano parece enloquecido. Perdida la cordura, su único objetivo es hacer desaparecer al oponente. Violarle, robarle su dignidad, humillarle, acabar con su vida y con su orgullo.

Hasta entonces los efectos de las guerras parecían reducidos a quienes luchaban. Recordamos algunas de las narraciones de Stendhal en las que las damas acuden al campo a ver como los caballeros se matan entre sí. A principios del siglo XX, eso es imposible. La potencia de las armas de fuego ha aumentado, los tanques avanzan rápidamente estragando el terreno y los cañones machacan las trincheras. Ya no sólo mueren los combatientes, también se ven afectados quienes residen en lugares próximos a la batalla.

Los efectos del comunismo

Por el camino, se produce la Revolución Rusa y sus consecuencias para el mundo: la descomposición del Imperio Austrohúngaro, el cambio de régimen en Alemania y la desaparición del Imperio Otomano. Francia verá sus campos y pueblos arrasados. Una generación de jóvenes europeos desaparece[v] y muchos de los que quedan deberán arrastrar, de por vida, el nefasto recuerdo de la guerra. Gallipoli es el más famoso cementerio del mundo, durante la primera mitad del siglo. El pueblo armenio es masacrado. Los gritos de sus mujeres tardarán años en desaparecer del viento que, del Este, trae el Mediterráneo. La Europa que surge de la Contienda se parece poco a la que, cuatro años antes, entró en ella.

A mediados de noviembre de 1918 se firma el armisticio entre los aliados y Alemania. La única condición impuesta por los alemanes es “que la paz sea justa”. Para los aliados solo hay un culpable: el enemigo. Demasiado odio se acumula en el corazón de los negociadores y las consecuencias son catastróficas. En las mesas de los embajadores el fracaso incubará la semilla de la Segunda Guerra Mundial.

 

[i] Apocalipsis. 12-13 y ss.

[ii] Deuteronomio 9.

[iii] En Ezequiel 38 y 39, se toca el tema y como en el Apocalipsis, aparecen Gog y Magog. Ninguno de los dos parece tener paralelismo con personajes históricos. Tras estos nombres podrían hallarse símiles del mal. Así, Gog, en sumerio, podría traducirse como “tinieblas “y Magog, podría ser una composición de Matu, territorio y Gog. Magog sería: territorio de tinieblas. El pueblo indefenso de las montañas es atacado para ser asaltado y robado. Es posible que la profecía de Ezequiel tenga relación con la invasión, primero fallida, luego consumada, de pueblos del Este sobre Jerusalén. En el primer ataque, una epidemia de peste evitó la conquista de los hebreos. ¿Tiene relación el valle de Hamon-Gog, con el Armagedón del Apocalipsis?  

[iv] Grey, a la sazón ministro de Asuntos Exteriores de Gran Bretaña, dijo: “Las lámparas se apagan en toda Europa no las volveremos a ver encendidas antes de morir.”

[v] Se calcula que, en la Contienda, directamente, murieron 9 millones de personas. Las cifras aún se siguen discutiendo. Los daños colaterales son imposibles de calcular. Los civiles alemanes muertos como consecuencia de la Conflagración y de la posterior hambruna, es posible que se aproximaran al millón.