No es tiempo de asustarnos por mediáticas tormentas. En todo caso en la tempestad no es tiempo de hacer mudanza. A la Iglesia le están tocando tiempos difíciles pero no más dramáticos que otras investidas de la historia.
El Papa Francisco, en nombre de todos, no se cansa de pedir perdón. Benedicto XVI en Compostela, el 6 de nov. de 2010, definió a la Iglesia como el "abrazo de Dios a los hombres". Es una bella metáfora porque dar un abrazo es algo más que dar un saludo, dar la mano o dar un beso. Quien abraza está dispuesto a romper las distancias que le separan del otro, está dispuesto a identificarse con el otro de tal manera que quiere sostenerlo si lo ve caer, compartir su ilusión si lo ve contento, o incluso ser su regazo si lo ve frágil. He ahí nuestra tarea con relación al mundo, que aplicada a la Iglesia, la experiencia del abrazo es un recuerdo teológico fundante para mostrar una experiencia humana esencial. Dios no se ha limitado a saludarnos, darnos la mano o simplemente darnos un saludo de compromiso, ha decidido abrazarnos en su carne y lo sigue haciendo a través de la Iglesia. Por eso no sólo nos sentimos acogidos y soportados, sino reanimados y amados en nuestro ser más íntimo.
2. La Iglesia hoy quiere dialogar con todas las personas de buena voluntad, trabajar conjuntamente en la búsqueda de la Verdad, pero para que el diálogo y la comunicación sean eficaces y fecundos, los hombres y mujeres de hoy nos piden sintonizar en una misma frecuencia que conecte de verdad con la vida y deseos de libertad del hombre actual.
Quien abraza
está dispuesto a
romper las
distancias que le
separan del otro
3. El espíritu inherente al camino de Santiago nos lo hace comprender mejor: peregrinar es salir de nosotros mismos para ir al encuentro de Dios allí donde se manifiesta. Esto implica muchas cosas. Ante todo recuperar el imaginario del camino para aplicárselo a
la vida. Aunque aquí es obligada la referencia al camino de Santiago y la peregrinación a Compostela, sería importante entender la vida humana en términos de peregrinación, lo que significa esfuerzo, sacrificio, alegrías inesperadas, disponibilidad para lo sorprendente, y sobre todo, reconocer que no sólo vivimos pendientes de unas metas sino pendientes de la fragilidad, los cansancios y sufrimientos de cada hombre y mujer. Es importante no descuidarse de sí. El peregrino sabe que, además de la ilusión de la meta que le anima, debe conocerse bien, descubrir la vulnerabilidad de su cuerpo, no forzar en demasía la jornada y ejercitarse en el cuidado tanto de sí como de todo lo que le rodea. Desde Ulises hasta Machado, toda nuestra cultura está fecundada por la idea del camino, cuando la leemos en clave teológica sabemos lo importante que es Ítaca, ir ligeros de equipaje o reconocerse acompañados en la soledad real de alguien que nos dice "adelante", "buen camino", sigue la flecha, goza de tu libertad.
4. En este momento el tema de la verdad y la libertad tiene mucha importancia en el contexto cultural de nuestro país. Primero porque culturalmente están cundiendo el pragmatismo, el escepticismo y el sentimentalismo, es decir, tradiciones de pensamiento que relegan la verdad al segundo plano de los intereses sociales, vitales o emocionales. Sería bueno que recuperásemos la perspectiva del humanismo cristiano. Nuestra perspectiva no es la única y nos gustaría contrastarla con otras perspectivas, con otros horizontes de verdad.
En segundo lugar porque nos recuerda las condiciones de libertad y, en concreto, una perversa forma de entender la tolerancia cívica de las manifestaciones religiosas. Ante las agresiones o ataques que se producen a quienes se manifiestan explícitamente católicos o expresan de alguna forma su fe en espacios públicos de deliberación; muchas administraciones públicas y una gran mayoría de ciudadanos se muestra indiferente, como si eso sólo afectase a un grupo determinado y no fuera un problema estructural de la vida democrática. Hay quienes legitiman esos ataques y su silencio sin caer en la cuenta de que contribuyen a una peligrosa espiral de silencio que empobrece la vida democrática. La tolerancia civil no puede identificarse con la indiferencia o complicidad de los poderes públicos ante agresiones explícitas, manifiestas y arbitrarias a instituciones, prácticas y personajes de una determinada confesión religiosa. Es urgente recuperar esa imagen positiva y posible de la Iglesia. Parece que así lo entendía Hilary Clinton: "Las sociedades en las que la libertad de religión y expresión prosperan son más fuertes, estables, pacíficas y productivas. Lo hemos visto durante la Historia".