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Un niño vestido de azul

Escritor

En aquel año el pequeño Ángelo ¡sí que había sido audaz! Unos días antes de Navidad escribía la tradicional carta a San Nicolás, pero esta vez con una singular petición: que le concediera cualquier cosa, lo que él quisiera, siempre que le sirviera, de algún modo, para asemejarse al Niño Jesús. Un pedido bien difícil de atender a los ojos humanos…

Mientras la carta seguía su curso, los preparativos para el gran día iban a todo vapor en su pintoresco pueblecito italiano. En la catedral, el profesor y maestro Roscieto Bucciarelli concluía, con un gesto grandioso, el último ensayo de la pieza final del esperado concierto navideño que precedería a la Misa del Gallo.

Estaba muy contento, pues, tras un arduo trabajo de varias semanas, había conseguido sacar óptimos frutos de las voces infantiles reunidas para cantar en las fiestas navideñas. Además de estar muy bien preparados en la parte vocal, los niños querían homenajear al divino Infante con sus bellas canciones y deseaban que esa presentación abriera las almas de los fieles para que recibieran de la mejor forma posible las suaves gracias de la Noche Santa.

Gran progreso musical

Ángelo, con tan sólo 8 años, había logrado un excelente progreso musical, lo cual alegraba de manera especial a su profesor. El niño se había destacado por su hermoso timbre de voz y perfecta afinación, lo que le llevó a su maestro a confiarle la parte solista de la pieza final. Tu scendi dalle stelle, de  San Alfonso María de Ligorio.

Como el concierto había despertado bastante interés en toda la región y muchas personas de las poblaciones vecinas iban a asistir, al terminar el ensayo de la víspera de la presentación, el maestro les dio a los niños las últimas directrices: tenían que estar muy convencidos de su importancia.

A la mañana siguiente el sol despuntó con fuerza sobre la espesa capa de nieve que cubría el pueblo. Una gran expectativa marcaba aquella Navidad. El pequeño Ángelo se levantó contento, se arregló con agilidad y resolvió entrenar una vez más la pieza navideña: cogió el tono en su teclado, agarró con firmeza la carpeta de partituras, respiró profundamente y…

-¡Ay, Dios mío! -exclamó.

Al intentar cantar, no salió nada ¡aparte de un sonido ronco!

-¿Qué voy a hacer? -se preguntó, preocupado. ¡Menudo día para quedarme sin voz!...

Sin perder un instante, fue corriendo a darle la terrible noticia al profesor. ¿Y ahora qué? ¡Era necesario buscar a alguien que sustituyera al pequeño! ¿Pero quién podría reemplazarlo en esa circunstancia de emergencia? Aparte de que tampoco habría oportunidad para más ensayos…

Arrodillado ante el belén

Mientras el maestro Bucciarelli salía a tratar de resolver el problema, el joven solista se arrodillaba ante el belén, aún con el pesebre vacío, suplicándole al Niño Jesús su ayuda.

No había pasado mucho tiempo cuando nota que alguien está a su lado. Se vuelve y ve a un chiquillo que no conocía. Aparentaba ser más joven que él, tenía un porte muy distinguido y estaba vestido con un regio traje azul; su fisonomía comunicaba una serena alegría. Al ver la aflicción de Ángelo le pregunta:

-¿Qué te ocurre? ¿Te puedo ayudar?

Entonces, al sentirse bondadosamente apoyado por el noble desconocido, le confía su angustiosa situación: se había quedado sin voz justamente el día de la presentación navideña del coro de la catedral, ¡en la cual sería el solista!

Confía en la Santísima Virgen

-No te aflijas -le dice su nuevo amigo. Para Dios no hay nada imposible. ¿Quieres hacer un trueque conmigo?

Ante la respuesta afirmativa de Ángelo, el niño le tocó con sus delicadas manos el cuello y, ahora con una voz tenue y ronca, prosiguió diciendo:

-¡Listo! Confía en la Santísima Virgen y vete tranquilo al concierto. El problema está solucionado.

Tan pronto como salió el gentil niño llegó de vuelta el maestro. Al no haber encontrado a nadie que sustituyera al pequeño cantor, se trajo de la farmacia toda clase de medicamentos… Sin embargo, Ángelo le dijo que no se molestara, pues ya había recuperado la voz; pero no le comentó lo que había ocurrido. El profesor respiró aliviado y, sin preguntarle tampoco nada, se marchó a tomar otras providencias urgentes, que no eran pocas…

Pasaron las horas y llegó el momento esperado: la presentación navideña empezaba llena de esplendor. La gente, que abarrotaba la catedral, estaba asumida por la paz y la alegría propias de la Navidad; sólo el maestro Bucciarelli parecía profundamente preocupado.

Tan atareado estuvo todo el día con los preparativos que le fue imposible comprobar el estado real de la voz del solista: ¿y si éste había restado gravedad al problema para dejarlo sosegado? ¿Y si la mejoría sólo era transitoria? A medida que las músicas iban siendo presentadas su recelo aumentaba. Temía que todos tuvieran que pasar, en breve, por una gran humillación…

No obstante, el ambiente de navidad admiración que la esmerada presentación estaba consiguiendo crear lo fue tranquilizando. Y su aprensión se transformó en sorpresa cuando vio que, tras la introducción del Tu scendi dalle stelle, Ángelo se lanzaba son seguridad a hacer su solo, ¡modulando la voz de una manera todavía más bella y perfecta!

Todos ardían de amor

Un profundo silencio invadió la nave del templo. La bellísima melodía del piadoso himno compuesto por San Alfonso parecía que penetraba en los corazones de los presentes haciéndoles arder de amor por el Niño Jesús que estaba a punto de nacer. La música terminó cerrando con llave de oro el concierto y los aplausos eran interminables.

Su voz, era el propio Niño Jesús

La Misa del Gallo que le siguió fue bendecidísima. Al finalizar, la imagen del Niño Jesús, vestido de regio traje azul, que había estado junto al altar, fue llevada en cortejo hasta el belén. Muchos fieles permanecieron de rodillas ante Él, en oración.

Cuando se dio la señal para que el coro se disolviera, el pequeño solista salió corriendo hasta el pesebre y allí se quedó boquiabierto. Bucciarelli fue detrás y no dudó en interrumpirle su oración porque quería saber cómo había recuperado tan rápidamente la voz y de forma tan magnifica.

La narración del niño lo llenó de admiración. Todo conducía a pensar que, en atención al pedido hecho a San Nicolás, el noble chiquillo “desconocido” que le había prestado su voz ¡era el propio Niño Jesús!

Arrodillados en adoración al divino Niño vestido de azul, profesor y alumno, agradecían el maravilloso prodigio y le pedían algo más: que se dignara trocar también sus corazones por su Sagrado Corazón, llevándolos a la santidad.