Es decir, que no hay nada nuevo bajo el sol. O bien la inmensa mayoría de acciones, decisiones y tentaciones que experimentamos en la actualidad han tenido lugar en el pasado, o bien los mejores escritores y literatos se han encargado de reflejarlas en sus obras. Por eso es tan necesario y valioso leer.
En esta ocasión quiero transcribir un cuento que dice así:
“Hace muchos años, vivía un viejo perro de caza cuya avanzada edad le había hecho perder gran parte de las facultades que lo adornaban en su juventud. Un día, mientras se encontraba en una jornada de caza junto a su amo, se topó con un hermoso jabalí, al que quiso atrapar para su dueño. Poniendo en ello todo su empeño, consiguió morderle una oreja, pero como su boca ya no era la de siempre, el animal consiguió escaparse.
Al escuchar el escándalo, su amo corrió hacia el lugar, encontrando únicamente al viejo perro. Enfadado porque hubiera dejado escapar a la pieza, comenzó a regañarle muy duramente.
El pobre perro, que no se merecía semejante regañina, le dijo:
- “Querido amo mío, no creas que he dejado escapar a ese hermoso animal por gusto. He intentado retenerlo, al igual que hacía cuando era joven, pero por mucho que lo deseemos ambos, mis facultades no volverán a ser las mismas. Así que, en lugar de enfadarte conmigo porque me he hecho viejo, alégrate por todos esos años en los que te ayudaba sin descanso”.
Es un relato sencillo, casi infantil, pero que vuelve la mirada sobre unas personas a las que cada vez prestamos menos atención: nuestros abuelos y bisabuelos. En una palabra, los ancianos. Nuestras ocupaciones diarias se encargan de ir, poco a poco, relegándoles a un segundo plano, tal y como hacen las redes sociales o la televisión. Y así, sin ser éstas malas en sí mismas, dedicamos menos tiempo a escucharles y, sobre todo, a acompañarles.
Existen culturas milenarias que intentan frenar esta tendencia, como ocurre en muchos países asiáticos o africanos. Pero en Occidente parece claro que, aunque la medicina progresa y la esperanza de vida aumenta, cada vez nos cuesta más dedicar tiempo y dedicación a las personas mayores. Lo cual es un error, porque en ellas reside, con extraordinaria frecuencia, la sabiduría de la experiencia, el valor del perdón y el regalo de la comprensión. Detrás de su dignidad se esconde un aporte insustituible a la familia y a la sociedad. Si lo ponemos en perspectiva, no deja de ser el escalón definitivo antes del encuentro definitivo con Dios Padre.