Y él, que llevaba cierta prisa, sintió algo especial en su interior que le hizo detenerse un
tiempo. La lápida decía así:
“Aquí reposa el obispo Juliano que falleció en el día 12 de las Calendas de abril en la era de 1025, después de los tiempos. Pido, lector, que no te niegues a rezar por él, y así, en el Señor Jesucristo tendrás un protector”.
Se paró pensativo… volvió a leer el texto… ¿Quién será este obispo Juliano que pide mis oraciones, después de tantos años? Se preguntaba. No pudo negarle un padre nuestro y tres avemarías, que rezó de forma discreta, mientras el vigilante De observaba.
–La visita continúa por aquí, –le dijo, sacándole de su ensimismamiento. –Oh, sí, sí, gracias. –Continuó la visita y salió.
A la noche, cuando tomaba el avión de regreso a Madrid, volvió a invocar el nombre de su nuevo protector, el misterioso obispo Juliano. Y me cuenta que, las preocupaciones que le envolvían, nublando su habitual serenidad, se fueron disiparon suavemente. Tal vez tú, ahora, quieras también ofrecerle una oración.