El “yo”, la soberbia y sus compinches, el orgullo, la altanería, la arrogancia, la presunción, vienen ya de lejos y son más antiguos que las sopas de ajo. Ayer, y hoy para algunos, ninguna realidad del mundo es más importante que su “yo”. Para algunos políticos y ciertos intelectuales, y famosos del mundo frívolo, solo cuenta su propia autonomía imperial, que se engendra a sí misma. El bien y el mal, lo ético y lo moral, lo fabrican a gusto y medida de su “yo”. A éstos tales les va bien la popular jota de nuestra tierra: “Nadie le mande a mi burra, que en la burra mando yo, cuando quiero digo ¡arre!, cuando quiero digo ¡so!” Así afirman y reafirman su “yo”, su soberbia. Bien dijo el clásico: “Pues soberbia será de todos modos querer saber tú solo más que todos” (Calderón de la Barca).
Alguno ha dicho que Satanás cayó por su propia fuerza de gravedad. Cayó por tomarse a sí mismo demasiado en serio. Su “yo” pesaba tanto que no pudo aguantarlo. Y cayó. Y se estrelló. E hizo en la historia un cráter enorme de soberbia. Desde entonces muchos han caído y están cayendo en ese abismo. El sabio Libro, la Biblia, dice por el profeta Jeremías, cap. XLIX, versículo 16: “Tu horridez te ha engañado, la soberbia de tu corazón, tú que habitas las cavernas del roquedal y te aferras a la cumbre de las colinas. Aunque colocaras en alto tu nido, como el águila, de allí te haré bajar, dice Yahveh”. Cosa cierta, porque al decir del castizo, “dentro de cien años todos estaremos calvos”.