Leí hace poco tiempo un artículo del periodista y novelista Arturo Pérez- Reverte titulado “Abuelos bajo el sol”. En él, con el estilo directo, castizo y sin tapujos que caracteriza al
escritor cartaginés, se lamentaba del mal lugar en el que están quedando los jubilados y ancianos en la España actual –o en la sociedad occidental, así en general, me atrevería a extrapolar–. Lo hacía ilustrándolo con la imagen clara y palpable de los bancos de toda la vida, cuya adaptación a la nueva era digital está suponiendo una eliminación de oficinas, cajeros y empleados y está complicando enormemente que personas no tan tecnológicas puedan arreglárselas en su día a día.
La reflexión de Pérez-Reverte, estemos de acuerdo o no con sus formas, pone sobre la mesa un debate muy necesario y de urgente consideración: ¿qué papel e importancia queremos dar a las nuevas tecnologías? ¿A qué precio son válidas? Las personas mayores, o las generaciones que nacieron y pasaron su vida adulta sin la presencia de Internet, están sufriendo las consecuencias ahora, y quizá los jóvenes lo consideramos un problema menor, lejano, pero es algo que sin duda nos va a afectar. Porque la vorágine de las últimas décadas se va a repetir en las próximas. Hace menos de 100 años no había satélites, ordenadores, cohetes espaciales ni teléfonos móviles… Pues bien, es más que probable que en el próximo siglo lleguemos a Marte o que los dispositivos electrónicos estén incorporados a nuestro cuerpo, por poner un par de ejemplos… y seremos entonces nosotros, ya miembros de la tercera edad, los que nos sentiremos desubicados, perplejos, solitarios.
Pienso que vale la pena hacer un stop de vez en cuando, obligarnos a dejar los teléfonos, las tablets y las televisiones de plasma a un lado, y pasar una tarde entera con nuestrosabuelos, cuñados o tíos. O salir al campo a caminar con ellos, o perdernos en el bosque, o nadar en un río mientras descansan junto a la orilla. O acudir a algún asilo para
contribuir con un granito de arena a hacer de este mundo un lugar más habitable, más Inmersos en un mundo cada vez enfocado a lo material, al último capricho que se le ocurre a la multinacional tecnológica de turno, corremos el riesgo de trastocar nuestras prioridades. El cuarto Mandamiento de la Ley de Dios, “Honrarás a tu padre y a tu madre”, incide en el papel fundamental que deben ocupar en nuestra mente y en nuestro corazón quienes nos precedieron. O sea, nuestros progenitores, sí, pero también los hombres y mujeres que nos permitieron vivir tan bien y con tantas comodidades. Hacer como que no existen, ignorarlos, menospreciarlos o ridiculizarlos no sólo es de desagradecidos e insensibles, sino también de ignorantes, porque en ellos reposa la sabiduría, la paz y la alegría de toda una vida experimentada.