Cuando tengo clases de introducción a la Biblia con jóvenes y les invito a buscar una cita en el texto, nunca falta quien pregunta a ver en qué página se encuentra. Guardar silencio en ese momento puede resultar muy divertido, ya que rápidamente acudirán varios compañeros en su auxilio dando cada uno una paginación diferente a causa de las diversas versiones de la Biblia con las que acuden al ejercicio. Esto ocurre por utilizar como referentes de búsqueda las páginas, en lugar de los capítulos y versículos.
En el momento en que los autores sagrados pusieron por escrito el texto que hoy tenemos recogido en nuestras Biblias no lo dividieron así. Ellos simplemente dejaron correr la pluma sobre el papel bajo la inspiración del Espíritu Santo, y compusieron un texto continuo desde la primera página hasta la última de cada libro.
Fueron los judíos quienes, al reunirse para las celebraciones en las sinagogas, comenzaron a dividir en secciones la Ley (lo que hoy serían los cinco primeros libros de nuestras Biblia: el Pentateuco) y los Profetas. Con ello pretendían hacer una lectura continuada a lo largo de las diferentes reuniones cultuales. Así, como procuraban leer toda la Ley en el transcurso de un año, la dividieron en 54 secciones (correspondientes al número de semanas que tiene el año) llamadas “perashiyyot” (= divisiones). Estas separaciones estaban señaladas en el margen de los manuscritos, con la letra “p”. Por su parte, los Profetas no fueron divididos enteros, sino simplemente 54 fragmentos llamados “haftarot” (= despedidas), ya que tan sólo se leía una breve parte para cerrar las celebraciones. Los cristianos tomaron de los judíos la costumbre de leer la Sagrada Escritura en sus celebraciones.
Pero ellos agregaron a la Ley y a los Profetas también los libros correspondientes al Nuevo Testamento. Siguiendo la práctica judía, decidieron dividir en secciones asimismo
los nuevos textos incorporados. Nos han llegado hasta nosotros algunos manuscritos antiguos, del siglo V, en donde aparecen estas primeras tentativas de divisiones bíblicas.
Con el correr del tiempo el interés por acercarse a la Biblia para leerla, estudiarla o meditarla se fue acrecentando. Las divisiones litúrgicas resultaban insuficientes y se imponía la necesidad de una división más precisa y de todos los libros. En 1220, el entonces profesor de la Sorbona (París), Esteban Langton, futuro arzobispo de Canterbury (Inglaterra), decidió crear una división en capítulos, más o menos iguales. Este trabajo lo realizaría sobre la Biblia Vulgata (escrita en latín) y posteriormente se extrapolaría a la Biblia Hebrea y a la Griega (conocida como la Septuaginta). A su muerte, en 1228, los libreros de París ya habían divulgado su creación en una nueva versión latina que acababan de editar, llamada “Biblia parisiense”, la primera Biblia de la historia con capítulos. Su aceptación fue tal que incluso los judíos llegaron a adoptar este sistema, y así podemos encontrar la Biblia rabínica de Venecia, publicada en 1525 por Jacob ben Jayim, que contenía los capítulos de Langton.
A medida que el estudio de la Biblia ganaba en precisión y minuciosidad, estas grandes secciones de cada libro, llamadas capítulos, se mostraron ineficaces. Se imponía la necesidad de subdividirlas a su vez en partes más cortas con el fin de poder ubicar con mayor rapidez y exactitud las frases y palabras deseadas. En 1528 el dominico italiano
Santos Pagnino, publicó en Lyon una Biblia subdividida en frases más cortas, con sentido más o menos completo: los actuales versículos. Sin embargo, sería Roberto Stefano, un editor protestante, quien se llevaría la fama ya que su propuesta fue la que definitivamente
prosperó. Este aceptó, con algunos retoques, la división que Santos Pagnino había hecho para los libros del Antiguo Testamento. Sin embargo, organizaría de nuevo todos los libros del NT y los libros deuterocanónicos, pues estos últimos no habían sido divididos por el dominico. Así, en 1555 Stefano publicó la primera versión completa de la Biblia dividida en capítulos y versículos. Finalmente, el 9 de noviembre de 1592, apareció la primera edición de la Biblia para uso oficial de la Iglesia, que el papa Clemente VIII mandó publicar siguiendo esta división.