He aquí mi Corazón, que tanto ha amado a los hombres y sólo recibe ingratitudes, frialdades y menosprecios…”
La queja del Señor a Santa Margarita María Alacoque y la figura que mostró hace que cobren relevancia cada uno de sus elementos: su corazón, la corona de espinas, la cruz y el fuego. Vale la pena detenernos reflexionar sobre ello.
El Corazón
Es conmovedor que Jesús condescienda a mostrarnos su corazón. El corazón se considera sede del entendimiento y la voluntad. El Señor nos lo quiere mostrar para hacernos ver que se adaptó a nuestra sensibilidad. Sabe lo que para nosotros significa un corazón y quiso darnos una representación de su infinito amor.
La corona de espinas
Jesús tenía el cuerpo flagelado por los azotes que cayeron una y otra vez donde ya estaba lastimado, provocándole un dolor insoportable, cuando soldados trenzaron una corona. Sabía que se la pondrían con saña en la cabeza, causándole un sufrimiento indescriptible,
y ¡lo permitió! Siendo el Rey del Universo, dejó que lo coronaran de espinas y se burlaran
de Él. No sólo nos pidió ser mansos y humildes, sino nos dio ejemplo de mansedumbre y humildad, hasta el extremo. Contemplar la corona de espinas nos recuerda lo que fue capaz de soportar por nosotros y nos llama a tener, como dice san Pablo: “los mismos sentimientos de Cristo”.
La cruz
La cruz está asentada en el corazón. Podía haber estado a un lado, arriba o abajo, pero surge del corazón. Esto significa que la cruz es fruto del amor. Jesús la aceptó por amor a nosotros, y nos invita también a aceptar por amor cargar nuestra cruz de cada día. A veces pensamos que la cruz que nos toca llevar es un castigo, una maldición de Dios o señal de que se olvidó de nosotros y nos cayó la ‘mala suerte’. Nada más lejos de la realidad. Toda cruz (llámese enfermedad, desempleo, crisis familiar, etc.), es una oportunidad para amar y dejarnos amar: un camino hacia la santidad. Decía san Francisco de Sales que el sufrimiento por sí mismo es insoportable, pero cuando se vive de la mano de Dios se vive con paz e incluso con alegría.
El fuego
Jesús dijo: “He venido a traer fuego a la tierra, y ¡cómo desearía que ya estuviera ardiendo!” (Lc 12, 49). Las llamas que brotan del Sagrado Corazón de Jesús nos recuerdan que Él anhela hacer arder el nuestro con un fuego que nos ilumine, para seguir siempre
Sus caminos; que nos caliente y libre de nuestra fría indiferencia hacia las cosas de Dios; que purifique, derrita y queme todo lastre que nos impida seguirlo y encienda en nosotros el deseo ardiente de siempre amarlo y servirlo.
Extraido de la revista “Desde la Fe”
(https://desdelafe.mx)