Me llamó poderosamente la atención el contraste enorme de este acto académico, realizado con un riguroso protocolo en el magnífico Paraninfo de la Universidad, con la vulgaridad que va penetrando de forma permanente en nuestra sociedad.
El protocolo, la música y el ceremonial destacaban la importancia del acto de investidura de los más de 100 doctores que recibieron de manos del decano de la Universidad el birrete característico que los distingue.
La voz del rector resuena solemne en la sala:
“En virtud de la autoridad que me está conferida, os impongo, como símbolo, el birrete laureado antiquísimo y venerado distintivo del magisterio.
Llevadlo sobre vuestra cabeza como la corona de vuestros estudios y merecimientos.”
El color del birrete y la muceta revelan la facultad de cada doctor: blanco en Teología, grana para Jurisprudencia, amarillo de oro el de Medicina, violado en Farmacia, azul celeste para Filosofía, etcétera. Sin duda, todo este ceremonial, y el acto en sí, era la cumbre de todo un esfuerzo de muchos años de estudio e investigación que hace posible que cada doctorando aporte lo mejor de sí mismo para la sociedad.
En los rostros de todos ellos se podía ver la satisfacción de un trabajo de investigación, realizado muchas veces en el silencio y con mucho sacrificio, en el que tuvieron que aplicar valores como la constancia, la disciplina y, por supuesto, el rigor científico.
Mientras estaba sentado en mi puesto de invitado, deleitándome de todo ese acervo cultural y de ricas tradiciones, pensaba en el progreso enorme que las universidades han aportado a lo largo de los siglos para el avance de la sociedad y de la ciencia.
En contraste, en cambio, me pasaba también por la mente la tremenda decadencia en la que en las últimas décadas hemos ido cayendo relegando, cuando no despreciando o arrinconando, valores tan fundamentales como es la excelencia en el trabajo, la disciplina, el deseo de progresar o el afán de conocer nuevas cosas.
Actos como este son reliquias vivas que muestran la fuerza de las tradiciones y costumbres que, perenes a lo largo de los siglos, se sobreponen a la vulgaridad y ambiente chabacano de la decadencia moderna.