Mi amiga Carmen es una consumada pintora. Le he encargado un cuadro de la casa que tenemos en el campo, con las vistas de la sierra al fondo. Vengo de hacerle una visita… y me ha cautivado verla en su estudio, entregada a la tarea. Las niñas que tiene, después de hacer los
deberes, imitaban a su madre garabateando unas hojas. La mayor revela cualidades. Lo lleva en la sangre: su abuelo también pintaba.
Esto me ha hecho reflexionar sobre el papel de la familia en el desarrollo de la personalidad y hasta en la formación de las estirpes, en este caso estirpe de artistas.
Creo que hay en el temperamento y en la mentalidad de los miembros de cada familia trazos comunes a todos ellos, que después, por las misteriosas leyes de la herencia, se reproducen de algún modo en sus descendientes y, probablemente, contribuyan en gran medida a modelar su carácter.
Es un patrimonio psicológico y moral mucho más valioso que el patrimonio material familiar que le sirve, claro está, de complemento. Este patrimonio moral permite a cada nueva generación enfrentar la vida en sociedad, puesto que viene apoyada y protegida por el afecto, el
calor y la experiencia de su ambiente familiar, como una planta que antes de soportar la intemperie, creció en las condiciones climatológicas adecuadas de un invernadero. Así lo siento yo cuando recuerdo mi infancia.
Formación de estirpes
Carmen, como otras muchas amigas que tengo, pertenecen a una estirpe, en su caso de pintores. Otras son de familias que han dado muchos médicos, otras, abogados, ingenieros, profesores etc. Cada una con su sello propio. Sin duda, la herencia de cuerpo, de alma y el ambiente moral, completados con otros, como la expresión de la mentalidad de la familia en el modo de ser cortés, en el modo de conversar, de decorar la casa, de cocinar, de tratar los negocios, en la manera incluso de concebir las relaciones afectivas, el matrimonio, el noviazgo, etc., todo este conjunto constituye la tradición que una familia transmite. Las estirpes familiares, en su conjunto, constituyen y caracterizan un pueblo, una nación. En la medida en que sean despreciadas o debilitadas, la nación pierde su continuidad histórica y se despersonaliza.
La confianza entre los cónyuges
Todo este desarrollo admirable no sería duradero ni posible sin la confianza mutua de los cónyuges, que brota del carácter indisoluble del vínculo matrimonial y es favorecida por las gracias sobrenaturales del sacramento.
La familia cristiana ha sido la natural propagadora de una concepción orgánica y armónica de la
sociedad y de las relaciones humanas.
Y, a pesar de la crisis moderna, sigue siendo el santuario difusor de la moralidad.