El reloj de arena
Estos encuentros, que llama de los “Cinco Pasos”, siguen un protocolo: se abren con la exposición del tema elegido, de media hora, marcada por un reloj de arena. Después, hay otra media hora dedicada a responder preguntas que han sido formuladas de modo totalmente anónimo, escritas en papelitos que previamente han sido distribuidos y depositados en una urna de la que se extraen del todo al azar.
En su libro “Los Cinco Pasos del caracol – Una visión cristiana de la calma y la felicidad” el padre Botta nos ofrece la transcripción, reescrita y mejorada de algunos de esos encuentros. El título me resulta extraordinariamente atractivo, pensando sobre todo
en la vida tan acelerada que tantas veces llevamos. A todos sitios con prisa: para acudir al trabajo, para salir de vacaciones, para preparar una reunión familiar… En fin, estoy exagerando un poco, pero bueno, hay mucho de verdad en ello.
Del primero de estos encuentros, dedicado a “la lentitud y la velocidad”, entresaco aquí alguno pensamientos con pinzas, sin ofrecer su desarrollo, simplemente para hacerte pensar en ello. El dilema lo resuelve enfocándolo bajo el prisma del término “dedicación”, que significa dedicarse por entero y sin reservas a alguien o algo. Y he aquí que la primera consecuencia de esa verdadera dedicación es disponer del tiempo necesario para hacer bien las cosas. “Por tanto, --expone el padre Botta-- la dedicación supone, ante todo rendirse a ese ritmo –otra palabra fundamental— que la realidad exige. Ritmo porque un proceso que parece muy lento implica siempre acciones que requieren llevarse a término con rapidez.” Y al punto, aclara dos malentendidos: lentitud
nunca es sinónimo de pereza, de igual modo que tampoco velocidad es sinónimo de prisa. La pereza es una degeneración de la lentitud, la prisa y la agitación son una degeneración de la velocidad.
Las prisas y la agitación son amigas de la pereza, mientras que lacalma y la paciencia pueden ir en perfecta sintonía con la velocidad.
Apresúrate lentamente
“Apresúrate lentamente” decía el emperador Augusto. Cosme I de Médici lo tomó como lema para su flota, acompañado de la imagen de una tortuga con una vela: el símbolo de la lentitud asociado a la vela inflada por el viento, sinónimo de fuerza de acción y potencia. Potencia sin control no es nada, incluso en las cosas pequeñas. Observar a alguien que, con esmero, precisión y rapidez, arregla la cama o dobla camisetas, por ejemplo, puede cautivar la atención de cualquiera. Dedicarse por completo, con esmero, con pasión y con el rito adecuado, fascina. Y solo lo que fascina tiene poder educativo.
Instantaneidad
Pero velocidad no es sinónimo de instantaneidad. Dios no corre, dice un proverbio húngaro, pero nunca va con retraso. A veces queremos todo enseguida, aceleramos las cosas, quedándonos a menudo sin los frutos deseados o contentándonos con los que no están maduros: respetar los tiempos del otro es siempre un acto de amor que conviene.
Entre una cosa bonita y otra, entre una confidencia y otra, entre un comienzo y otro, se necesita una pausa. Y puesto que estamos siempre tan preocupados por nuestra salud, añadiría que esta lentitud es también una cuestión de salud.